Germán se dedica al chulco. Presta dinero a comerciantes informales del sur de Quito. Foto: Patricio Terán / EL COMERCIO
Pocos se detienen a observar a la mujer que está sentada junto a la puerta de ingreso a un supermercado del sur de Quito. Es pequeña, de un metro y medio de alto; tiene el cabello colmado de canas.
Con sus manos, encallecidas y arrugadas, sostiene algunas cebollas y aguacates. En todo el día vende entre USD 10 y 15, contó el miércoles 17 de marzo. Cuando llueve, como sucede en los últimos días, sus ventas bajan. Aún así, ella debe reunir como sea la cuota que diariamente paga al chulco: entre USD 2 y 3 al día.
A sus 78 años, sin un trabajo formal y con una escolaridad inconclusa, su única opción de financiamiento son los préstamos que le hace un hombre a quien conoce desde hace tres años. “Yo sí estoy agradecida, porque así tengo trabajito”, cuenta la mujer. Sus ojos parecen haberse descolorido, pero en realidad padece un glaucoma que en pocos años podría dejarla ciega.
Quien le presta dinero es Germán. Define su trabajo como un “servicio social”. Maneja términos económicos como “capital, riesgo, ganancias, amortización y dinamizar la economía”. Es un hombre elocuente, elegante y ágil. Tiene más de 70 años y una vitalidad que le permite recorrer a pie 7 kilómetros diarios para cobrar las cuotas de los préstamos ilícitos.
Sus “clientes” son comerciantes informales, mujeres, adultos mayores y migrantes. Para Germán, los préstamos son “acuerdos entre gente de palabra, a quienes les cierran las puertas en los bancos”.
Los montos que entrega van desde los USD 50 hasta los USD 500. El interés mensual es del 15%, es decir, alrededor de 10 veces más costoso que un préstamo de consumo en un banco o 20 veces más que un crédito productivo formal. Opera a través de redes, que consisten en reunir a un grupo de comerciantes y ofrecerles dinero. Un miembro del grupo es elegido por los mismos vendedores como su representante y es quien finalmente firma un documento en donde se compromete a cancelar la suma total de lo desembolsado. La transacción sucede por fuera de la ley.
La mañana de ese miércoles, Germán permite que un equipo periodístico lo acompañe a cobrar las cuotas de los créditos entregados a un grupo de mujeres que venden medias y frutas en una populosa calle de Guamaní.
Él, vestido con chaqueta azul, pantalón de casimir y camisa, lleva una agenda forrada de cuero. Allí guarda unas tarjetas pequeñas de cartulina de colores. Son papeles impresos en donde anota los nombres de los prestatarios. Hay una cuadrícula en donde escribe la fecha, el abono y el saldo.
Al llegar al sitio, una de las mujeres lo saluda con seriedad. Antes de entregarle la cuota llama a otra vendedora y después a otra más. Hay un problema. Una de ellas afirma que ya hizo uno de los pagos. Germán saca sus tarjetas de colores. Ellas revisan cómo se consignaron los montos y, a los pocos minutos, las dudas se despejan. “Ustedes saben que yo les apoyo para que salgan adelante, pero todos tenemos que ser personitas responsables”, les dice Germán. Si no le pagaran, él dice que debería seguir un juicio a la vendedora que firmó por el grupo.
¿Por qué no acuden a un banco? “Yo no sé de esas cosas”, responde cortante una mujer. No sabe leer ni escribir. Eso se evidencia cuando pide que su compañera lea el rótulo del bus que se aproxima.
Otros chulqueros buscan siempre el mismo perfil: comerciantes informales, adultos mayores, vendedores en mercados, mujeres y personas con poca escolaridad. Son personas que no tienen cuentas bancarias y que, en su mayoría, no calificarían para préstamos en la banca.
Según el último reporte de inclusión bancaria del Banco Central, de septiembre del 2020, el 74% de la población adulta accede a un servicio bancario. Sin embargo, solo el 28% cuenta con un crédito.
Germán dice tener una red de adultos mayores a los que “ayuda”. Al mes ha llegado a tener unos 50 prestatarios y ganancias de hasta USD 3 000.