Estrechas celdas de la Cárcel 4 de Quito acogen a expolicías y políticos
Un agente penitenciario registra el ingreso de los visitantes de la Cárcel 4 en una libreta. Al fondo se ve a los detenidos. Fotos: Diego Pallero / EL COMERCIO
El cuaderno a cuadros luce amarillento, pero las letras escritas con esferográfico de color negro son legibles. En las primeras hojas aparece el nombre de Doris Morán, la oficial de la Policía que el 2 de septiembre de 1994 fue recluida en la Cárcel 4, por la desaparición de los hermanos Restrepo. Ese día comenzó a operar esta penitenciaría, en el norte de Quito.
Morán fue la primera en ocupar una de las celdas en la pequeña edificación de dos plantas, que poco a poco fue extendiéndose; hoy alberga a 45 detenidos, pero su capacidad es para 64. Tras la insubordinación del 30-S, sobrepasaron los 70. Incluso dormían en el piso.
Para entrar hay que pasar por dos filtros. En el primero hay dos policías que permiten el ingreso solo de artículos que previamente aprueba el Servicio de Rehabilitación. Revisan las cédulas y autorizan la entrada. Al cruzar la puerta metálica aparecen tres guías, que registran manualmente los nombres. En ambos controles se realizan cacheos.
“Ahora sí pueden avanzar”, asegura uno de ellos. Cinco metros adelante aparecen otra puerta metálica y dos celadores más. Desde allí se escucha el bullicio de los presos. “Sigan, sigan”, dice uno de los guías.
En el patio, cubierto con techo transparente, aparecen hombres vestidos con calentadores, camisetas, chompas, jeans. En el centro hay una mesa de billar cubierta con un mantel. Al fondo, tres expolicías juegan ajedrez. Entre la gente aparece Virgilio Hernández. Saluda y se va. Yofre Poma ocupa una silla. “Estoy bien, tranquilo, veamos qué pasa”. Ambos fueron detenidos por las últimas protestas.
Junto a ellos camina Fausto Tamayo, excomandante de la Policía. Parado frente a la imagen del Divino Niño dice que se encuentra bien, que siempre está junto a Dios.
Él permanece recluido por la venta de pases policiales. “Yo también estoy aquí por lo mismo”, asegura un preso. Otro indica que fue capturado por las muertes en una farmacia de Guayaquil. “Yo pago una pena por extralimitación de la fuerza”, cuenta un exuniformado.
La Cárcel 4 fue abierta solo para policías procesados, pero en el mismo año de la creación se admitió a civiles. Por sus pasillos han pasado políticos, dirigentes deportivos, banqueros, diputados, ministros, etc. En la celda C-4 durmieron los exbanqueros Fernando Aspiazu y Alejandro Peñafiel y el expresidente Lucio Gutiérrez.
En otros sectores permanecieron el expresidente Fabián Alarcón y el exministro Carlos Pareja Yannuzzelli.
Hoy, en esa cárcel están recluidos ocho civiles y el resto son expolicías.
En los talleres de carpintería se distingue a David Piña, que hasta agosto estaba interno en la cárcel de Cotopaxi por la muerte de Karina del Pozo, en el 2013.
El director de Régimen Cerrado de la Secretaría de Rehabilitación Social, Víctor Jácome, recorre los estrechos pasillos. Dice que este centro “es pobre” y que no hay “lujos”.
Se adecuaron celdas en el edificio administrativo. Donde había una terraza ahora hay tres dormitorios.
Tableros de madera pintados de blanco sirven para separar espacios. En las pequeñas celdas apenas hay lugar para las camas. A un lado acomodan ropa, medicamentos y los libros. Hay espacio para que caminen solo una o dos personas. Las fotos de las familias y las cartas de sus parejas cuelgan de las paredes.
Tratan de ubicar como sea las galletas, avenas y gaseosas que reciben en las visitas.
Los familiares tienen autorización para llevar alimentos los sábados, cuando les pueden ver. Están prohibidos los licores, drogas y celulares.
En las paredes y en las habitaciones no faltan la imagen de la Virgen, una frase bíblica o un crucifijo. “Todo lo puedo, en Cristo que me fortalece”, se lee en una puerta amarilla. Cerca camina un exteniente condenado por los pases policiales.
Los detenidos pagan por delitos como violación, crimen, accidentes de tránsito con muerte, delitos de corrupción, extralimitación de la fuerza, etc.
Solo hay dos celdas con camas individuales. Una está en el pabellón A. Es tan pequeña que solo caben una cama de una plaza y una silla. La otra tiene el doble de tamaño y la cama es de dos plazas.
Es la única que cuenta con baño privado. Ahí estuvo el exvicepresidente Jorge Glas antes de ser enviado a Cotopaxi.
El espacio ahora es ocupado por el expolicía sentenciado por la muerte de personas en un operativo en una farmacia de Guayaquil, en el 2003. La habitación está en el segundo piso. Cerca hay una reja metálica, por donde se produjo la única fuga, en el 2016.
Desde arriba se ve cómo dos exagentes levantan pesas y caminan por el patio al ritmo de música ochentera, en inglés.
Uno de ellos paga una pena por los pases policiales. Levanta 120 kilos. Otro está allí por una muerte. Entre los dos se ve al agente detenido en Mascarilla, también por muerte.
Junto a ellos, cocineros con gorras, máscaras y mandiles preparan el almuerzo: seco de pollo y arroz de cebada. Dos empleadas del catering tienen la ayuda de tres detenidos.
Uno de ellos está procesado por el 30-S. El jueves debía acudir a una audiencia, para ver si salía libre. Un hombre que talla en madera el cuadro de la Última Cena espera lo mismo. Por ahora con eso ayuda a la familia. La obra cuesta USD 1 500.
Todas las tareas las pueden realizar entre 07:00 y 19:00.
En ese espacio, otro exagente, condenado a 5 años por accidente vial con muerte, también trabaja en madera. “Un error te cambia la vida”. Su esposa lo abandonó y se quedó solo.
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