Por pura coincidencia, fue a día seguido de la semana anterior, cuando se conocieron tanto las paletadas de cal cuanto las de arena, y en ambos casos fueron niños los beneficiarios o perjudicados de las acciones gubernamentales.
Para llevar la contraria a una época cargada de malas noticias, empecemos recordando el dato positivo. Más aún, extremadamente positivo y ejemplo de cómo deben gastarse los ingresos públicos que se destinan al llamado desarrollo social.
Fue el caso que desde hace ya buenos 19 meses los cirujanos respectivos del Hospital Baca Ortiz comenzaron a ejecutar intervenciones con niños que adolecían de sordera congénita y que, como consecuencia tampoco habían aprendido a hablar.
Cada operación que se creía factible de realizar solo en centros hospitalarios del exterior y que además suele ser costosísima, consiste en instalar un ‘chip’ en el interior del oído del pequeño paciente.
Allí se queda “para toda la vida, y el volumen se regula automáticamente hasta los niveles que el paciente requerirá en todo momento”.
Las explicaciones todavía fragmentarias, sostienen que gracias a este “procedimiento se logra recuperar la audición y el habla –esta última también con la respectiva rehabilitación– hasta en un 80 por ciento”: ¡vale decir un milagro de la tecnología y la abnegación en dosis semejantes!
El director del Baca Ortiz, doctor Milton Jijón, formuló el cálculo de que tanto el ‘chip’, que vale 20 mil dólares, cuanto los honorarios de los especialistas representan una asistencia de 40 mil dólares en cada caso.
Y hasta ahora ya se han practicado 77 operaciones de esta índole y de la misma forma, se tiene como meta cercana llegar hasta más de cien niños. De modo genérico se dijo en la crónica, que los beneficiarios son niños pertenecientes a familias de muy escasos recursos económicos.
Y ahora el penosísimo contraste, que requiere de una ejemplarizadora decisión. Hace solamente un año se recibió la obra realizada en la Escuela Ricardo Rodríguez, del sector de Pifo, al oriente de Quito.
Ya se sabe que por razones meteorológicas los vientos suelen ser fuertes en ese paraje, pero no parecen suficiente justificación para que colapsare el techo y se pusiere en gravísimo peligro a centenares de alumnos del plantel.
La peor parte llevó uno de ellos, Cristofer Jaramillo, quien debió ser tratado en terapia intensiva y sufrido complejas operaciones “para restaurar las venas y arterias cortadas; alinear los huesos y restaurar la masa muscular y la piel destruidas por los impactos”.
¿No tendrá la culpa principal el uso y abuso de las declaraciones de ‘emergencia’, encaminadas a evitar las necesarias licitaciones o concursos de precios, con el fin de salvaguardia de los recursos fiscales?