La consultora británica Capital Economics acaba de ganar el prestigioso premio Wolfson de Economía por un trabajo intitulado “Abandonando el Euro: Una Guía Práctica”. El análisis describe de forma descarnada los pasos que un país (usa Grecia como ejemplo) debería seguir si se viese forzado a dejar el euro y adoptar una moneda propia. Una hoja de ruta espeluznante que se vuelve aplicable a cualquier país –incluido el Ecuador- obligado a abandonar una moneda compartida y adoptar una propia.
El estudio denomina “Día D” al momento en que la nueva moneda reemplaza a la anterior y para ello establece un cronograma: Día D menos un mes: El Gobierno planea la salida del euro en secreto, se establecen controles a los flujos de capital; Día D menos 3 días (viernes): Notificación a los socios comerciales y a organismos internacionales, seguida por un anuncio público y el cierre de bancos y mercados financieros; Día D menos 2 días: el Gobierno anuncia el nuevo régimen monetario anunciando los topes inflacionarios, las metas fiscales y prohibiendo la indexación de sueldos y salarios. Se clarifican los aspectos legales del sistema y el Gobierno renegocia su deuda; Día D: La nueva moneda entra en vigencia y los bancos reabren sus puertas para realizar sus operaciones a través de la nueva denominación. La imposición de un “corralito” que evite la fuga de capitales es altamente probable.
La historia demuestra que estos procesos son traumáticos y acarrean siempre la devaluación inmediata de la nueva moneda y una inflación mayúscula en el corto plazo. La redenominación provoca, además, una serie interminable de disputas legales que surgen de las relaciones contractuales basadas en la vieja moneda y colocan a los deudores externos en una posición frágil. Con todo esto, no es difícil imaginar las tensiones sociales que se incuban al interior del país.
Los graves problemas de la zona euro y la posibilidad de que algunos de sus miembros abandonen la moneda bajo costos sociales y económicos incalculables, deben servir de lección al Ecuador y a otros países que carecen de moneda propia. El tema cobra vigencia en vista de que nuestro país, luego de 12 años de dolarización, enfrenta por primera vez varias amenazas. La más notoria se relaciona con la apreciación del dólar y una consiguiente pérdida de competitividad que podría sacar nuestros productos de algunos mercados. Otra, sin duda, se refiere a las dificultades que tenemos para acceder a mercados relevantes como los EE.UU. y la UE como consecuencia de nuestra política exterior. Si a todo esto añadimos el gasto público desenfrenado, la decreciente inversión por falta de confianza en las instituciones, el aumento de la deuda externa -particularmente con China- y la contracción mundial que reducirá remesas y compras, hay buenas razones para encender las alarmas y aplicar correctivos.