Mientras más habla el actual líder venezolano, émulo y heredero de Chávez, más se nota el tropicalismo caribeño extremo, poco preparado, de mal gusto y bufonesco. La vestimenta estridente y chichera, de la que por cierto hacen gala aquí y allá, es un reflejo de la conducta que riñe con la de un jefe de gobierno y parece más bien la de un líder de patota. La mezcla de “vudú” y espiritismo con las cosas del Estado, una sociedad destrozada en lo económico, político y cultural cuyo líder es un verdadero bufón da risa a algunos y pena a los más.
Inflación por las nubes, dólar de mercado negro a seis veces el oficial, infraestructura que se cae a pedazos, y una constante movilización política que nada produce, todo es fiesta y bochinche. El país de Bolívar, de Miranda, de Gallegos, de Betancur y tantos más merece mejor suerte. La combinación de petróleo, tropicalismo extremo, poca educación y banalización de la política es una combinación destructiva, pena por ellos pero lección para los demás. Hablar en demasía, como todo, facilita las metidas de pata, los dislates y tonterías, el silencio ocasional es de gente madura y ecuánime que valora el poder de la palabra.