De repente se hizo la luz en la Tricolor. El pesimismo y hasta el pánico que había en Ecuador antes del cotejo con Uruguay se esfumaron. Es como si las desastrosas presentaciones de la Tricolor en este año no hubieran ocurrido nunca, como si la caída con Perú fuera solo un mal sueño, como si el baile (sí, un baile, aunque duela) de los carasucias bolivianos fuera un pésimo chiste, como si el picnic que se dio Alemania fuera una lejana leyenda, como si el partido del siglo con España fuera solo eso, un mero eslogan sin la menor importancia.
Lo meritorio del técnico Reinaldo Rueda es que derrotó a Uruguay sin traicionar su libreto, que tantas críticas había recibido. Esta vez todo, absolutamente todo, fue perfecto. Enner Valencia le respondió muy bien. Apostar de nuevo por Dida en el arco fue otro acierto. El medio campo fue una máquina. Rueda no cayó en la demagogia de poner a Fidel Martínez, el más querido, el que todos anhelaban ver y que fue convocado, aparentemente, para que la prensa deje de molestarle. Si Rueda moría, sería sin Alegría y Atrevimiento, pero fiel a su Velocidad y Fuerza, los atributos que han hecho de Ecuador imbatible en su casa.
La victoria sobre Uruguay pasa a la antología de Reinaldo Rueda, que no conseguía una joya así desde el triunfo sobre Chile, en la primera fase, también en Quito. Incluso fue mejor, porque el Chile de esa vez se derrumbaba mientras que Uruguay llegó a Quito subido en una ola victoriosa y con los delanteros más caros de toda su historia, sanos y disponibles. Bravo. Aplausos de pie.
Solo falta un cierre digno para ponerse a pensar en el Mundial. Y, claro, seguir trabajando, porque a la Tricolor le falta gol, le falta remontar marcadores adversos, le falta seguir creciendo. Quedan ocho meses para ver si Ecuador es capaz de alcanzar los cuartos de final del Mundial.