La cálida voz de la doctora Gabriela Villagrán se escucha desde la consola 81-16. Es el área donde el personal del Ministerio de Salud Pública (MSP) cumple jornadas de 12 horas para dar apoyo por vía telefónica a las emergencias médicas que recibe la sala de operaciones del Servicio Integrado de Seguridad ECU-911, ubicado en el Itchimbía.
Desde ese cubículo da soporte emocional, coordina el traslado de ambulancias y da indicaciones de primeros auxilios a los familiares que llaman desesperados por urgencias que suelen aumentar durante los últimos feriados del año: caídas, accidentes de tránsito por consumo de alcohol, intoxicaciones, problemas respiratorios relacionados con el covid-19, entre otros.
“Al final de la atención, saber que la persona está consciente, que llegó la ambulancia, nos llena de alegría. Hay quienes luego nos llaman nuevamente para agradecer porque ayudamos a salvarle la vida”.
Pero hay turnos y turnos. Hay jornadas en las que lucha por tener al menos unos minutos para llamar a sus hijas de 7 y 4 años. No estar con ellas en estas fechas especiales es la parte más difícil. Pero se llena de satisfacción cuando las pequeñas ven el símbolo del ECU-911 y dicen con orgullo que es donde trabaja su mamá.
Médicos, enfermeras, especialistas de cuidados intensivos y paramédicos se alistan para cubrir las emergencias de esta época. Lo harán frente a un teléfono que no para de sonar, desde una ambulancia o en una sala de hospital, lejos de sus familias. En la sala del ECU-911 hay mucho ruido. Las radios de todas las instituciones de respuesta suenan a la par casi todo el tiempo.
Las alertas también resuenan en la cabina de la Alfa 7, una de las ambulancias del Cuerpo de Bomberos de Guayaquil. Al volante, John Suárez está preparado para buscar sobre la marcha la ruta más precisa. Junto a él, el paramédico Javier Tumbaco traza en su mente el tipo de atención que dará y el instrumental exacto.
“Hay que tener claro cómo vamos a actuar. Si es una urgencia médica por paro cardiorrespiratorio hay que alistar el desfibrilador, si es quemadura por pirotecnia debo alistar el kit de quemados, si es accidente de tránsito debo bajar con el collarín en la mano”.
Esas son las urgencias más comunes en el cambio de año, a las que acuden velozmente mientras las destellantes luces de la sirena se mezclan con los petardos que iluminan la noche. Otros casos son más delicados, como los intentos de suicidio por depresión y complicaciones por coronavirus.
La misión del equipo Alfa 7 empezará a las 08:00 del 30 de diciembre y finalizará a las 08:00 del 1 de enero. Aunque en realidad concluye cuando el paciente es recibido en un centro de atención médica.
Por su experiencia de 20 años, Tumbaco sabe que no hay horarios. Como anécdota recuerda que mientras trabajó en el peaje en la Alóag-Santo Domingo hubo un deslave que los dejó con la cena del 31 servida. La jornada acabó casi 16 horas después, cuando consiguieron cupo para uno de los sobrevivientes en un hospital de Quito. Incluso él tuvo que ayudar con algunas cirugías menores para salvarle la vida.
Esa lucha por la vida hace que el tiempo se detenga en las salas de terapia intensiva. Así lo experimenta la intensivista Eliana Morejón. Ella cubrirá la guardia de este fin de año junto a su segunda familia, el equipo del área de cuidados intermedios del Hospital IESS Quito Sur.
“En nuestra área no hay fechas ni tiempos y siempre estamos preparados. Aquí vivimos contrastes: hay quienes festejan porque reciben el alta y hay pacientes que incluso afrontan el riesgo de fallecer. Debemos elegir las mejores palabras, más en esta época que la familia espera compartir y tener salud”.
Los estruendos de la celebración exterior se opacan en la sala de nueve camas, donde predomina el ruido de los monitores y de las máquinas que bombean el oxígeno. En medio de ese escenario crítico también hay espacio para un abrazo, para compartir buenos deseos y hasta para ser un poco más flexibles en el tiempo de visita de los familiares.
En el Hospital Francisco de Icaza Bustamante hay títeres y dulces que solo están permitidos por estos días. En medio del control de la medicina y los sueros, la licenciada en Enfermería Lizeth Flores cuenta que se ingenian actividades especiales para que los pacientes se sientan como en familia.
No siempre es fácil. Ella trabaja en el área de Oncología del pediátrico guayaquileño, entre niños que van superando las quimioterapias y otros que pelean contra complejos diagnósticos. “Como profesionales, hacemos todo lo posible para que puedan pasar en casa la Nochebuena o recibir el Año Nuevo en familia”, afirma.