Los funcionarios públicos, de libre remoción, ¿trabajan para el Estado ecuatoriano o para el gobernante? Sabíamos que una cualidad indispensable de estos servidores (no sirvientes) era la de tener la piel dura para soportar los continuos exabruptos y la falta de control emocional del sujeto político. Pero desconocíamos que se convertían en rehenes del dueño de la revolución, con la obligación de participar en calidad de ‘voluntarios’ en las marchas de apoyo cuando él las demande y las organice, en especial cuando le atemorice la proximidad de unos cuantos opositores políticos.
Su inasistencia, esta sí voluntaria, constatada y denunciada por algún gobernador –el informante- se paga con la destitución. Esta cínica versión criolla del pasado estalinismo fue aplaudida y reconocida, sin ruborizarse, por Correa y su séquito.