No es menos cierto que vivimos en un país polarizado, de dos bandos claramente definidos. Pero ¿acaso el Ecuador empieza y termina ahí? ¿nos merecemos aquello?
Tal parece que la realidad política no es más que el reflejo de la sociedad a la que representa. Es como pensar que el arte tiende a exagerar, cuando no es más que una simple parodia de la realidad donde nace su lugar etéreo. Ya sufrimos dictaduras, golpes de estado, inestabilidad y un sinnúmero de bienes y males, pero ahora es la oportunidad de trascender. El idealismo político no existe, pues los vaivenes de aciertos y desaciertos ayudan a construir una mejor sociedad, pero esa sociedad requiere paz, tanto mental como espiritual.
No hay otro momento que no sea el ahora para abandonar el odio en medios telemáticos, que, tras la fragilidad de una pantalla, expone opiniones a favor y en contra, pero con tintes de lascivia e insultos directos de personas que van al siguiente día a la iglesia, quizá buscando redención, una y otra vez. Esto, tiene que terminar.