El presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, afirma que a menudo solicita la ayuda divina para impedir que el poder se le suba a la cabeza y enumera algunas virtudes necesarias para todo gobernante: fortaleza, templanza, prudencia, paciencia, humildad. Es justo reconocer las cualidades de los presidentes colombianos, cultos, educados, sensatos. Salvo honrosas excepciones, por desgracia, los nuestros no siempre han tenido ese perfil.
Por alguna extraña razón elegimos oscuros personajes que en cuanto acceden al poder experimentan severos trastornos de su personalidad o sacan a relucir sus complejos de la infancia. Los electores también abonamos al problema, cuando preferimos al arbitrario, al déspota, al charlatán en lugar del demócrata, del prudente, del discreto. Parecería que nos deslumbran los defectos y no las virtudes. No estaría mal apoyarnos en una evaluación psicológica de los candidatos para evitar que nos gobierne gente con evidentes rasgos patológicos exacerbados por el poder.