Mi hijo de 19 años no alcanzó a realizarle la fiesta de cumpleaños a mi nieto, quien iba a cumplir un año el 7 de octubre del 2011. La madrugada del 16 de septiembre, tres desconocidos lo asesinaron en El Pintado, sur de Quito, cuando regresaba de una reunión social con tres amigos.
Tres hombres armados con cuchillos trataron de asaltarlos. En el forcejeo, uno de ellos le apuñaló tres veces en el abdomen y los amigos corrieron. En ese momento, uno de los desconocidos los persiguió. Mi hijo logró escapar, pero cayó sobre la calzada porque estaba débil y lo atacaron nuevamente con arma blanca en el cuello hasta que falleció. Le quitaron la billetera, el teléfono celular, el reloj y los documentos.
Dos días después del hecho, nosotros en la casa estábamos preocupados porque no llegaba y comenzamos a buscarle en varios lugares de Quito. Lo triste fue cuando acudimos a la morgue y nos informaron que llegó a ese sitio como no identificado. Al principio, la persona que se encontraba en ese lugar no nos dejaba ingresar porque las puertas se habían cerrado a las 19:30. Le suplicamos que nos permitiera ingresar y el panorama fue desolador: tenía una herida profunda en el cuello y manchas rojas en su ropa. En ese instante, solo recuerdo que con mis hijos comenzamos a llorar.
Mi vida ha cambiado y lo que habíamos planificado con mi familia se truncó. Él organizaba la fiesta de cumpleaños de mi nieto y estaba muy ilusionado porque se trataba de su primer bebé. Incluso recuerdo que averiguaba los sitios donde le resultaba más barato comprar la torta, los recuerdos, los juguetes, etc. Cuando miro la cara del pequeño, quien ahora tiene un año y ocho meses, me acuerdo de mi hijo porque es idéntico. Tiene la misma mirada, sonrisa, ojos, color de piel…
Para la mamá del niño también ha sido difícil verse sola con un niño. Nosotros siempre estamos pendientes del pequeño. Es como si mi hijo estuviera junto a nosotros porque es idéntico. Se ha convertido en nuestra esperanza y apoyo. Yo siempre lo visito, lo veo y le llevo a mi casa. Trato que pase conmigo todo el día para ser feliz.
Con mis otros dos hijos y mi esposo trato de superar lo que ocurrió, pero es como volver a empezar una nueva vida. A veces siento que debo salir adelante, pero no tengo ganas de hacerlo porque él falleció. Cuando lo enterramos en el cementerio de San Diego lo iba a ver todos los días y lloraba sobre su tumba. Durante dos meses hice lo mismo y el psicólogo me recomendó que no lo hiciera para no dañar mi salud. En ese sentido las palabras de mis otros dos hijos me dieron fuerza: ¡mamá, a nuestro hermano no le gustaría verla así! ¡Luche y siga adelante!
Recuerdo que mi hijo era un excelente futbolista. Incluso se probó en las divisiones menores de un equipo de Primera categoría que lo iba a contratar para entrenarse allí y luego lo asesinaron.
Cuando jugaba en otro equipo de Quito llegó un entrenador argentino y nos propuso llevarlo a ese país para que se probara en Boca Juniors. Lamentablemente nuestra posición económica nos impidió pagarle los pasajes y no pudo viajar al sur del continente.
La habitación de mi hijo sigue igual. La ropa se encuentra en el mismo lugar y nadie puede tocarla. Para mí es como si él estuviera allí. Sueño con él y solo escucho su voz. También me da la impresión que está al lado mío y me abraza. ¿Acaso es mi imaginación? No sé, pero yo siento que me acompaña porque en vida siempre estaba junto a mí. Ahora la única esperanza que tengo es mi nieto.
Lloro por las noches y mis otros hijos me visitan en la habitación para darme ánimo. Algunas veces incluso he intentado quitarme la vida, pero gracias a Dios esas ideas no se concretaron. Mis nervios están destrozados y tomo medicamentos para no decaer.
Luego del crimen, un sospechoso fue detenido para las investigaciones en diciembre del 2011. Lo que más me duele es acudir a las audiencias y escuchar la versión del inculpado y su abogado, quien pide que su defendido sea declarado inocente. Solo espero que el juez tome una buena decisión y haga justicia en este caso.
Siento mucha tristeza. Las madres de las personas que asesinaron a mi chico pueden abrazarlos, besarlos, acariciarlos… Pero yo, por más que vaya a golpear la tumba de mi hijo, no lo puedo ver.
El crimen nos ha causado daño en todo sentido. Por ejemplo, ahora tenemos problemas económicos porque no nos alcanza para pagar los honorarios de los abogados. Los problemas que tengo con la diabetes y los gastos de las consultas con el psicólogo también nos han costado. Lo único que sentimos es dolor.
Espero que las autoridades nos escuchen. ¿Cómo es posible que solo uno de los sospechosos haya sido detenido? Me han dicho que otro de ellos camina todos los días por las inmediaciones de un colegio en el sur de Quito. Con mi familia hemos ido a buscarlo, pero no lo encontramos. Ojalá que el Gobierno nos escuche y los nombres de esas personas sean incluidas en la lista de los Más Buscados. También pedimos que la Policía nos ayude a detenerlo.