Hace varios días escuché en la radio a un periodista, quien, preciándose de su honestidad y transparencia, confesaba haber solicitado a un alto funcionario de la Presidencia que interponga sus buenos oficios a fin de que le consiga una vacuna para la covid 19, toda vez que se encuentra en un grupo vulnerable, por ser un adulto mayor. Entendí que la respuesta fue favorable, pero prefiero pensar que pudo darse para salir de un incómodo momento.
Con indignación recordé lo ocurrido con los equipos de protección para el personal de salud, adquiridos con sobreprecio y de mala calidad; vino a mi mente el negociado de las fundas de cadáveres compradas diez veces más caras; no podía olvidar la obtención de los carnés de discapacidad otorgados a personas sanas, para que importen vehículos exonerados de impuestos; recordé la facturación al IESS por velatorios que estaban prohibidos y la venta de resultados de laboratorio con informes negativos para quienes iban a viajar o les eran requeridos en su trabajo. En todo lo dicho el denominador común ha sido la corrupción, con la que muchos innombrables han medrado en esta época de pandemia. Lo último que nos puede pasar es que exista tráfico de influencias o palanqueo en la administración de las vacunas.