Me pidieron ir a la tienda, así que luego de charlar con mi padre sobre precauciones como: usar mascarilla, evitar el contacto físico y lo que repiten en la tele; bajé las gradas y llegaron a mí ideas de lo que había allá afuera, pensé en que si había escasez las personas intentarían robarme todo lo que compre o cual película de zombis tratarían de infectarme, sentí desconfianza.
Al abrir la puerta y salir a aquel lugar, que solo podría ser descrito como apocalíptico, noté que no había nadie en la calle, solo silencio. Ese lugar distaba mucho del barrio en el que crecí, eso me deprimió porque tuve la idea de que las cosas nunca volverán a ser como antes. Hice mi compra y de regreso decidí no pensar en nada que me deprimiese, entonces empecé a valorar el silencio. ¿Cuándo mi barrio había estado tan calmado? Se respiraba aire fresco y podía caminar a mitad de la calle vacía. Al llegar a mi casa me sentí calmado y me dije “no es tan malo estar en una ciudad fantasma”.