Ni las veredas ni los montes y montañas, ni los bosques y selvas ni los ríos prolíficos ni el bondadoso mar ni los nevados y volcanes ni los valles y lagunas ni las bellas ciudades y los pueblos, nada nos motivó para decir ¡Basta!, para salir a las puertas de las casas y mostrar una bandera, para reunirse en los barrios y mostrar nuestro ecuatorianismo, nuestro rechazo a lo que estamos mirando y viviendo. ¿Merecemos en realidad una nación tan bella? Quizás no, quizás sí. Si es esta última nuestra afirmación, demostrémoslo. Afirmemos con nuestros actos, con nuestra voz, con unidad, que nadie, sea cuales sean sus razones, puede destruir nuestra historia, nuestros predios, nuestra seguridad, nuestra paz.
Nos corresponde una misión sumamente difícil, la reconstrucción, volver a insertarnos en la historia pretérita y en la actual, limpiar, para el exterior, lo que somos realmente, cercanos y dispuestos a estrechar las manos de los que nos visitan y mostrarles la integridad que nos cobija y con la cual participamos a los que lleguen.
Sí ecuatorianos, dejemos a un lado estos hechos violentos y dolorosos, y con la ayuda de Dios avancemos juntos en la reconstrucción, en la ayuda, cercanía y afecto a quienes lo necesita, al margen del color de la piel, del género, de la edad.