Siete saraguras ataviadas con elegantes trajes negros abrieron ayer la marcha plurinacional de los pueblos.
Partieron a las 09:30 desde el Colegio Nueva Primavera, en Guamaní, en el sur, hasta el parque de El Arbolito, El Ejido, adonde llegaron a las 14: 30.
Ellas simbolizaban la paz y fue uno de los grupos más aplaudidos por cientos de quiteños, durante la ruta que cubrió alrededor de 15 km. Carmen Minga llevaba un plato de barro en el que quemaba un fragante incienso y palo santo. “Es para que la gente tenga fuerza y purifique las energías”, dijo. Las otras portaban rosas amarillas, rojas y atados de plantas medicinales, como ruda y manzanilla. Las siete fueron escoltadas por cuatro fornidos guerreros arutam (dios de la luz y de la selva en shuar), que combatieron en la guerra del Cenepa (1995). Mariana Paredes, de blusa blanca y floreada, a cada momento gritaba: “¡Fuerza, fuerza!”.
La mujer vino del barrio Argelia en representación de Pachakutik. “Ojalá el presidente Correa escuche el clamor de los pueblos amazónicos, serranos y costeños: no queremos que la minería acabe con el agua y los bosques del Oriente”, explicó. Unos pasos atrás la muchedumbre -de shuar, achuar, quichuas y militantes del Frente Popular- repetía con fuerza la consigna favorita de la marcha : “¡Señor Presidente, que le está pasando, que cuatro pelagatos lo tienen asustado!”.
A la altura del puente de Guajaló, zona industrial, María Lema, de Cotopaxi, respondió: “¡No somos cuatro gatos, somos miles carajo!”. De sombrero negro, adornado con la tradicional pluma de pavo real, la indígena repartía naranjas y plátanos a nombre de la Conaie. Decenas de curiosos apostados en el puente aplaudían. Las mujeres animaban a todos a pesar de que cargaban a niños en la espalda.
Josefina Culqui, de Colta, Chimborazo, no se rendía llevando al pequeño José. Humberto, el marido, (no quiso decir el apellido) la veía de reojo. A las 10: 24, a la altura de El Beaterio, aparecieron 15 tsáchilas que usaban coloridas manpetzá (falda).
Si bien las mujeres iban hombro con hombro con los varones, algunas -como Blanca Guano, de la parroquia Mulaló, Cotopaxi- exponían sus problemas.
“No es justo -dijo- que el Gobierno autorice escrituras solo para los que tienen cinco cuadras de tierra en adelante”.
“Yo -continuó- soy propietaria de dos cuadras (200 metros) y las notarías de Latacunga ya no quieren legalizar por escrituras, ¿cómo dejaré por herencia a mis hijos?, cientos de campesinos tenemos pocos metros de tierra”.
Apareció una minera artesanal de Zamora Chinchipe: Amada Vélez. Su problema: el 7 de agosto del 2010, el Gobierno -explicó- desalojó a 150 familias del sitio San Luis, cantón Palanda, que extraían oro de manera artesanal.
“Teníamos nuestra lomita con un poco de oro que nos daba para comer, hoy andamos pescando trabajitos de un lado a otro”.
Vélez lava ropa en casas de Loja, tiene nueve hijos, es madre soltera. Pidió que reubicasen a las familias en un espacio similar a San Luis: 3 ha. O que les den otra alternativa de trabajo, en la agricultura, por ejemplo. “El Gobierno nos hundió, ojalá se compadezca”, sostuvo Vélez, quichua, cuyo rostro lucía pintado con rayas negras de una planta llamada tai.
Junto a ella, Byron Garcés -presidente de la Federación Única Nacional de Afiliados al Seguro Social Campesino- denunció que el Régimen intenta trasladar a los 900 000 afiliados del Seguro al Ministerio de Salud. “Nos acabarían, pero no permitiremos ”.
A la altura de San Bartolo, un grupo musical de Guamote se juntó a las siete saraguras y ellas bailaron alegres sanjuanitos y el festivo caraguay al ritmo de rondadores, tambores y violines.
Cuando la marcha pasó por el cuartel Epiclachima, los indígenas invitaron a sumarse a los soldados. Ellos sonrieron y levantaron los brazos. Al mediodía, en la Villa Flora, José Zapata, un jubilado, dijo: “Me saco el sombrero en honor a estas valientes mujeres”.
La tarde y noche del pasado miércoles, en medio de una fuerte lluvia, la marcha subía desde Uyumbicho. Allí, la dirigente Mónica Chuji, de los pueblos amazónicos del norte, era la que más aliento daba a su gente.
Chuji, de jean y camisa celeste, pedía que el Gobierno derogase el Decreto 080, por el cual en el triángulo de Cuembí, Sucumbíos, se afectan 104 000 ha, territorio quichua, para convertirlo en bosque protector y abrir la puerta a mineras y petroleras.
Entre leves escaramuzas con la Policía y el constante aplauso de los quiteños, alrededor de 15 000 siguieron por la Ave. Pichincha, en la Tola Baja. Desde allí se veía a los últimos caminantes bajando de Luluncoto. Esto emocionó a la dirigente Pacha Cabascango, de Otavalo. “Me alegra el cálido apoyo de los quiteños y la gran consciencia de nuestra gente ”, dijo. La multitud pasó por La Tola. Al fin las saraguras llegaron bailando a El Arbolito. Cansadas y felices.