Siempre ha habido analfabetos en toda sociedad, pero la incultura y la ignorancia se las había vivido siempre como una vergüenza, ya sea privada o pública. Pero nunca como ahora, la gente había presumido de no haberse leído un libro en toda su vida. De no importarle nada que pueda oler levemente a cultura o que exija una inteligencia mínimamente superior a la del primate.
Debemos inculpar de esta situación a tanto político populachero. Gracias a ellos los analfabetos de hoy son los peores porque en la mayoría de los casos sí han tenido acceso a la educación. Saben leer y escribir pero no ejercen. Cada día son más y cada día los políticos los cuidan más y piensan más en ellos.
En esta campaña de incultura la televisión cada vez se hace más a su medida. Las pantallas de los distintos canales compiten en ofrecer programas pensados para una gente que no lee, que no entiende, que hace a un lado la cultura, que solo quiere que la diviertan o que la distraigan aunque sea con la crónica roja llena de los crímenes más brutales o con los más sucios trapos con novelas de la peor calaña.
El mundo contemporáneo se está creando a la medida de esta nueva mayoría, para la cual todo es superficial, frívolo, elemental, primario, de manera que ellos puedan entenderlo y digerirlo. Esa es socialmente la nueva clase dominante, que impone su falta de gusto y sus morbosas reglas, aunque ignoran -entre otras cosas- que siempre será la clase dominada, precisamente por su analfabetismo y su incultura.
Y así nos va a los que no nos conformamos con tan poco. A los que aspiramos a un poco más de profundidad, un poquito más, diablos.