150 obreros trabajan armando la estructura de hierro del colector de alivio Galo Plaza, ubicado en el norte del Distrito Metropolitano. Foto: Vicente Costales / El Comercio
Son las arterias de Quito. Es el sistema de ductos que recorren las entrañas y por donde se evacúan las aguas servidas y aguas lluvia. La capital cuenta con 5 000 km de redes de alcantarillado, de los cuales 400 km son colectores: los túneles más grandes que llevan los desechos hasta los ríos.
Galo Rivadeneira, jefe de la unidad de Estudios de Saneamiento de Agua de Quito, explica que debido al crecimiento de la ciudad y a la impermeabilización de los suelos, varios de los colectores ya no dan abasto por lo que cuando llueve las calles se inundan.
Este año se inició la construcción de tres colectores de alivio: los canales de Runachanga, Mirador y Galo Plaza, que beneficiarán a 600 000 personas. El presupuesto asciende a USD 8 millones.
Para entrar al colector de alivio Galo Plaza, el más grande, hay que bajar por el pozo de avance ubicado en la calle Guarderas, por el sector de El Labrador. Es un gran hueco de 2 metros de diámetro y 12 de profundidad, que une la superficie con el ducto. Descender la altura de un edificio de cinco pisos por la escalera metálica que se arrima a una de las paredes de tierra del pozo produce vértigo. Pero los 150 obreros que trabajan en la obra lo hacen sin temblar.
Abajo, en medio de un frío intenso, hay otra ciudad. El túnel -con varias partes forradas con hormigón de 35 cm de grosor y otras de tierra y madera- está bien iluminado.
El eco de una sensual salsa, de esas antiguas, se escucha al fondo del ducto. La música pone ritmo al trabajo y hace a los albañiles olvidar que por encima de ellos hay toneladas de m³ de tierra, casas, edificios y miles de vehículos. Adentro no hay señal de celular ni de radio, por lo que llevan parlantes y ponen música con una flash.
El túnel, que mide 2,80 por 2 m en su parte más ancha, fue abierto con pico y pala. “Aquí no hay tuneladoras. Nuestros brazos son las máquinas”, bromea Octavio Iza, de 32 años, obrero desde los 20.
Hasta el momento ha trabajado en la construcción de siete colectores. Cuando va en bus y mira una alcantarilla siente orgullo. “Quito no se inunda gracias a mí”.
Lo más duro de su labor, admite, es la parte de la excavación. Sacan la tierra a mano y la llevan en carretilla hasta uno de los pozos, donde la extraen en baldes con la ayuda de un ascensor, también manual. Avanzan 1,5 metros cada día.
Los albañiles no dejan de trabajar: sujetan varillas, arman estructuras, nivelan el piso.
Ernesto Fonseca, fiscalizador de la obra, cuenta que los tubos que están armando son para que ingrese el hormigón, que será bombeado desde la superficie, con el que se forrarán los muros. Al inicio, el aire era inyectado desde afuera con un sistema de ventilación.
Al respirar se sienten el aire pesado y el polvo. Pasar allí toda la jornada laboral no es fácil, por lo que cuando estaban en la etapa de la perforación, los operarios salían a la superficie a tomar aire cada dos horas.
La seguridad es intensa. Cada pozo tiene control con una tarjeta para saber quién está abajo y para verificar que todos hayan salido. La obra estará lista en febrero del 2019.
El sistema de alcantarillado de Quito se divide en tres grandes cuencas de drenaje. El sur que llega hasta El Trébol; El Batán, que desemboca en el río Machángara a la altura del túnel Guayasamín, y el norte, que lleva las aguas al río Monjas.
El colector de alivio Galo Plaza ayudará al ramal de El Batán, donde el sistema está a punto de saturarse. Se llama ‘de alivio’ porque se construye debajo del ducto existente, y en ciertos puntos se colocan pozos o vertederos de exceso. Así, cuando el colector existente llega a cierto nivel de saturación, las aguas se desbordan y caen al colector nuevo.
Rivadeneira asegura que con esta intervención y otras menores que se realizarán hasta el 2022, se solucionará el sistema de drenaje de la cuenca de El Batán. Todo se hace en función de un plan maestro.
Aún hay problemas en La Ofelia y en la cuenca del Río Monjas. Allí se tiene planificado construir el colector Córdova Galarza, para el 2022. El año entrante, además, se edificará el colector El Colegio.
También hay problemas en La Magdalena y en La Villa Flora, para ello se ha planeado intervenir con planes hasta el 2022. Construir estos grandes túneles es costoso. Cada km requiere una inversión de entre USD 1 millón y 2 millones. Desde el 2004 se han edificado 150 km de colectores de alivio.
Para Hugo Cisneros, urbanista, la inversión debe ir acompañada de un control en el crecimiento de la ciudad (para evitar que siga extendiéndose hacia las laderas y restando zonas verdes) y de una campaña para crear conciencia sobre el daño que genera arrojar basura a la calle. Caso contrario, no habrá colector que abastezca y las inundaciones seguirán.