Napoleón Rúa construyó su puente artesanal con las primeras lluvias de este invierno que llegaron en enero a Chone. Fotos: Juan Carlos Pérez / para EL COMERCIO
Cuando el río Garrapata se desborda causa preocupación a los habitantes de Chone por las anegaciones que se presentan frecuentemente durante la etapa invernal.
El problema principal que afronta es que no pueden salir caminando al patio de sus casas. Pero hallaron una solución. O al menos es un paliativo para contener las aguas del afluente que es el responsable de que las viviendas de la periferia del cantón se inunden y tengan pérdidas materiales.
Entre la palizada que arrastra el Garrapata lleva una gran cantidad de trozos de caña guadúa que los habitantes recogen en sus patios para construir pequeños puentes de maderas rudimentarios.
Los hacen para tener una vía de escape cuando el torrente del río deja a las familias sin salida, es decir, con sus caminos bloqueados por las aguas que quedan estancadas hasta por una semana.
En los sitios San Andrés, El Mate y El Guabal esos pasos artesanales se ven como una extensión vertical de la parte frontal de las viviendas.
En esas zonas rurales de este cantón manabita habitan familias montuvias que con los años aprendieron a dar un variado uso a los materiales típicos del lugar que son parte de sus tradiciones ancestrales.
La caña guadúa es uno de esos y Napoleón Rúa sabe que la consistencia de este producto es una ventaja a la hora tener una alternativa para evitar caminar con el agua hasta la cintura o el cuello. A excepción de los pilares, su vivienda fue construida con este material.
Los puentes se diseñan a una altura de 1,50 metros para evitar el contacto con las aguas desbordadas de los ríos.
La latilla y las varengas le dieron forma a las paredes y a la escalera de su predio, que resalta por la conexión que tienen con el viaducto artesanal, hecho con guadúa tubular.
Con las primeras lluvias de la época invernal, que este año empezaron en enero, Rúa se anticipó a elaborar este paso provisional que como un puente cualquiera tiene sus estribos, andamios y el piso.
Marianela Santana, habitante de El Guabal, cuenta que lo más importante es que el puente tenga la altura suficiente para evitar el contacto con el agua acumulada.
El suyo tiene 1,50 metros de altura y 30 metros de largo.
Con las precipitaciones que hasta este mes han caído en Chone el puente le ha servido para que su familia pueda salir mientras bajan las aguas del río Garrapata.
Ella recuerda que sus antepasados inculcaron a sus parientes a usar la guadúa para cuando llegaran las lluvias. En su familia empezaron a elaborar pequeñas embarcaciones con este producto para navegar por las calles, que en años anteriores eran anegadas por los ríos Chone, Grande, Garrapata y Mosquito.
En las ocasiones en las que los cuatro afluentes se desbordaban dejaban sin posibilidad de salir de sus casas a los choneros; eso fue determinante para activar el ingenio del montuvio.
Así lo recuerda el historiador Enrique Delgado. Él señala que los cañaverales que aún existen son como los ángeles guardianes para los pobladores que habitan en las llanuras más bajas del cantón. Los aprovechan sobre todo en las zonas rurales donde las aguas de los ríos desbordados tardan en evacuarse.
Los puentes rudimentarios también cumplen la función de andamios estratégicos para aprovechar los frutos de los árboles contiguos a las casas.
Se los monta casi a la altura de los árboles como una opción para enfrentar un ciclo de anegaciones más complicado.