Las universidades regresan a su estado en la década de los años 90 del siglo pasado. Los profesores son contratados por servicios y deben facturar mensualmente. Sus salarios se reducen a una fracción. Sus horarios de trabajo son caóticos e incoherentes con los procesos necesarios para crear conocimiento.
Visitan las universidades por horas y no poseen oficinas o laboratorios donde generar conocimiento, investigación, alianzas estratégicas con inversores internacionales y crear escuelas de conocimiento. No hay incentivos para perseguir un escalafón o reconocimiento de méritos, no hay posibilidades de una carrera de investigadores. Los profesores se dedican a dictar libros en clase.
Están agobiados por 16 o más horas de docencia y son incapaces de producir publicaciones de nivel internacional o impartir conocimiento de calidad en sus clases. Las universidades se convierten en negocios lucrativos pero no reinvierten dichas ganancias en las condiciones para promover tecnología y desarrollo.
Los estudiantes, por no conocer otra realidad, piensan engañados que la educación superior es una continuación del colegio. Ecuador se llena de una población mediocre e incapaz, que ahuyenta inversión honesta por no encontrar la calidad necesaria en los profesionales nacionales. Los pocos PhD y científicos ecuatorianos escapan hacia otras sociedades, académicamente más fértiles y tecnológicamente más favorables. Ecuador permanece atrasado, incompetente, improductivo y caótico.