Apenas habían pasado tres días y un nuevo derrumbe se produjo en la avenida Simón Bolívar (oriente de Quito) en el sector de la Forestal IV. Esta vez la tragedia dejó cinco muertos.
El viernes pasado, la congestión vehicular se tornó caótica donde se une el centro y el sur de la capital. Todo el tráfico intenso de la zona se vio incrementado con aquel que habitualmente usa la avenida Simón Bolívar, tanto para salir y entrar de la ciudad cuanto para desplazarse a ciertas barriadas del sur y desde ellas al norte y al centro.
La obsesión por movilizar la montaña de tierra del deslave tenía que ver con el grave problema de movilidad. El lunes, en un día de sol, la loma volvió a desprenderse en un sitio cercano. No se sabe si se hicieron las pruebas técnicas y los peritajes correctos en las zonas aledañas para garantizar la plena seguridad. La trágica consecuencia: 5 muertos y 12 heridos de cuatro vehículos arrastrados por la avalancha.
Pero el problema ni radica ni empieza ni termina con las actuales autoridades responsables de la movilidad. La Simón Bolívar es una obra, sin duda ninguna, sumamente importante para descongestionar el gran flujo vehicular que crece sin freno en Quito.
La ciudad es un atolladero por su intrincada topografía y no tiene muchas vías de descongestión. Sin embargo, la calidad del asfalto, las grietas y desniveles y los derrumbes constantes demuestran que las obras de ingeniería que soportan los taludes no tuvieron la suficiente sustentación y revelan que los problemas podrían presentar consecuencias graves como las que hoy lamentamos. La movilidad y la obra física son tarea de todos, con las autoridades a la cabeza. Debemos exigirles y acompañarlas.