Hay diferentes maneras de entender la cultura. Cultura, como bien adquirido por el esfuerzo intelectual a través de muchos años; cultura como el asentamiento de principios y valores en los que se ha mantenido un pueblo, como la sumatoria específica de prácticas determinadas por el hombre; cultura musical, pictórica, literaria, jurídica, antropológica, etc.
Conceptos de cultura los hay por cientos, como para pavimentar los sueños. La palabra cultura viene de latín “cultivare” que para nosotros se traduce como la actividad de sembrar en la vida, en esa parcela llamada mente, que no es otra cosa que la razón.
¿Tiene un fin la cultura? Es en sí riqueza. Pero ¿tendrá acaso que ver esta con la riqueza material…? Imposible, jamás hemos visto ningún verdadero sabio, hombre de auténtica cultura en demostraciones de posesión, arrogancia o prepotencia, porque si de algo se puede legitimar la cultura es de su equilibrio, de su sentido dependiente, de su humildad.
Porque el hombre sabio, de pensamiento elevado, es consciente de que la sabiduría de su Creador es omnipotente y, por tanto, pretender igualarla, además de ser un acto de soberbia, sería entrar en el trágico sentido de la vida. Ejemplos sobran. Basta con citar uno: Nietzsche. ¿Para qué sirve la cultura? Sirve para glorificar al hombre, pues son los hombres los únicos que han creado cultura y civilización, que yo sepa no hay una cultura y civilización de los pájaros. Esta es pues una posición de la voluntad del hombre y tiene que ver con su albedrío o sea con su felicidad en la vida, en la “tierra, que es donde comienza el paraíso” Juan Marcos Coquinche. Lo cierto es que gracias a la cultura vivo o muero; cuando hay anarquía puedo morir por mi rebelión. Pero cuando hay vida en la cultura, esta me lleva a la paz, a la felicidad, a la comprensión.
Creyente como soy, me regocijo, como diría Chesterton, de ciertos principios y por supuesto doctrina, que son luz para mi cultura: “Señor, haz de mi un instrumento de tu paz, allí donde haya odio que yo ponga amor, allí donde haya ofensa, que yo ponga perdón, allí donde haya tinieblas que yo ponga claridad, allí donde haya desesperación que yo ponga esperanza” Lo dijo el Poverelo de Asís en el siglo XIII. Lo dice todos los días el papa Francisco, pero hay muchos que no “le dan bola” y continúan poniendo bombas del averno y alimentando el sueño apocalíptico.