Es inevitable dejar de escuchar en cada círculo de conversación los momentos referidos al sismo del 16 de abril. Cada uno de nosotros tiene una percepción distinta de lo ocurrido. Muy probablemente tendremos narraciones de quienes vieron más cerca la muerte o aún peor los que han perdido a seres queridos o los bienes materiales obtenidos en la mayoría de los casos con el esfuerzo de una vida de trabajo.
Por otro lado, no podemos dejar de reconocer y sobre todo agradecer el apoyo obtenido de distintos espacios geográficos. Sin lugar a dudas esto ha sido una demostración de sublime humanidad.
Sin pretender celeridad en el olvido del dolor de esta circunstancia tenaz, debemos como sociedad recapacitar sobre las cosas hechas de manera ligera y profundizar en la autocrítica del comportamiento. Esto nos debe llevar de aquí en adelante a tener una mejora sustancial no solo en la manera de construir las infraestructuras que habitaremos o utilizaremos, sino también en todas la debilidades desnudadas después del sismo de 7.8 grados en la escala de Richter.
Pudiésemos exhortar a las instituciones públicas, cuya cabeza es el Gobierno estatal, a soluciones amplias y concretas. Pero debemos ir más allá, comenzando por realizar una evaluación en nuestro comportamiento, no fomentando el desorden sin que este sea un limitante para reactivarnos económicamente. Hay que buscar competencias profesionales en las áreas donde se requiera servicios de distintas índoles, tomando a la cultura como una primera piedra en esta gran edificación que tenemos la obligación ética de construir.