En los restaurantes de Quito se colocaron globos, serpentinas y telas rosadas para recordar el Día Internacional de la Mujer, el pasado 8 de marzo. En las empresas se enviaron tarjetas electrónicas de felicitaciones y se entregaron flores a las colaboradoras.
Los novios llevaron serenatas y chocolates a sus parejas y las invitaron a comer algo especial, como si se tratara del Día del Amor y de la Amistad.
Reprodujeron -consciente o inconscientemente- los estereotipos que han abonado para que exista una inequidad de género en la sociedad.
Uno de ellos es creer que el rosado es innato a las mujeres así como el azul a los hombres. También que ellas son el género sensible, débil y que, por tanto, está en sus genes el gusto por las flores y las serenatas. O que es el hombre como cabeza de la relación quien debe pagar las facturas de las invitaciones a comer y prepararse así para asumir el rol de ‘mantenedor’.
Estos actos, propios de un San Valentín, ocultaron una realidad grave en Ecuador que debe observarse, para cambiarla.Seis de cada diez mujeres han enfrentado una o más tipos de violencia. Desde insultos hasta agresiones que han comprometido su vida, como ahorcamientos, ataques con armas cortopunzantes o de fuego.
Solo en el 2015 el Consejo de la Judicatura registró casi 80 000 causas ingresadas por violencia de género y aún es un subregistro.
El miedo hace que no todos los casos se denuncien. Las mujeres temen que sus agresores tomen represalias contra ellas o sus hijos, cuando se trata de violencia intrafamiliar.
Las víctimas del campo, en cambio, deben viajar a las cabeceras cantonales para poder presentar una queja o solicitar una medida de auxilio a las autoridades.
Pero la ‘normalización’ de la violencia es quizá el peor problema. Se da cuando las mujeres creen que las agresiones son algo natural. El Día de la Mujer pudo ser un buen momento para recordar que no lo son.