Yuri Gómez asegura que en su carretilla hay de todo como en botica. Sobre una tabla de madera aglomerada, que hace de improvisada mesa, las válvulas para tanques de gas comparten espacio con cadenas, mangueras, boquillas y encendedores de bolsillo. A un costado, en el pavimento, está tendida una vieja tela. Sobre esta hay diversos bolsos de mano, raídos unos, nuevos otros.
Gómez, ancho de espalda y tostado por el sol, descansa sobre una mecedora de hierro. Bebe una cerveza, mientras espera clientes en un tramo de la calle 24, en el Suburbio de Guayaquil.“Sí, soy cachinero. No me molesta que me digan así”, dice el informal. En esta calle, colmada de los más inimaginables artículos casi nadie se resiente por el apelativo. “El que no la debe no la teme”, menciona Gómez, con las manos juntas y mirando al cielo.
Los clientes de las cachinerías de la calle 24, a lo largo de seis cuadras, saben que allí encontrarán lo que necesitan. Juan Mendieta, alto y de bigote poblado, escudriña entre los fierros de un puesto cercano. Busca una manija para una de las ventanas de su auto. “No quiero una nueva, me sale cara, por ese vengo acá”.
Los cachineros ocupan las aceras y buena parte de la calle. Unos artículos lucen prolijamente enfilados sobre mantas y tablas; otros, tirados sin orden en el piso.
Los dueños de las viviendas permiten que los negocios se instalen en frente a cambio de una “colaboración”, que los cachineros cotizan en USD 5 semanales.
En Guayaquil, la Policía dice que la venta de artículos de dudosa procedencia se concentra en la calle 24, como también dentro y en los alrededores del Mercado Municipal Las Cuatro Manzanas, en el centro sur de la urbe.
Entre las calles 6 de Marzo, Pío Montúfar, Franco Dávila y Huancavilca hay estrechos locales abarrotados con artículos. En ellos, sus dueños promocionan con pequeños letreros la “compra” de toda clase de repuestos.
En el Mercado Municipal de Las Cuatro Manzanas, inaugurado hace seis años, un letrero advierte que está prohibida la comercialización de artículos robados. Allí hay 1 600 locales, desde zapaterías hasta pequeños comedores. En el mercado fueron reubicados informales que ocupaban la calle Pedro Pablo Gómez (la PPG), conocida como zona tradicional de cachinerías.
Es difícil determinar la cantidad de cachineros en la ciudad, dice la Policía. La Municipalidad tampoco tiene un censo o catastro. Arturo Chiluiza, dirigente de los comerciantes del mercado, pide que a ellos no se les llame cachineros. “Nosotros compramos y arreglamos. No adquirimos a los ladrones”. El local que él ocupa, de apenas 6 m², está hasta el techo cubierto de controles remotos. “Tengo unos 600 controles. Soy experto en arreglarlos”, dice. Chiluiza asegura que solo atiende a clientes conocidos, aunque confiesa que nunca les pide facturas.
Una canción de Julio Jaramillo languidece en el fondo de un estrecho corredor cercano. Por allí aparece Roberto Vallejo, semioculto entre planchas, licuadoras y viejas cocinas a gas. Él fue uno de los primeros ocupantes del mercado. “¿Cachinero yo? ¡Nunca!”.
Vallejo se define como ‘maestro artesano reparador’. “Nunca he adquirido cosas robadas. Solo reparo los artefactos de clientes”.
En ese sector del mercado, de cara a la calle 6 de Marzo, los dueños de 380 negocios se dedican a reparar y vender artículos de todo tipo. En la parte central del mercado hay otros locales que ofrecen cables, herramientas de albañilería, piezas de bicicletas, etc.
En ese lugar hubo un operativo el martes último. La Intendencia, la Fiscalía y el Servicio de Rentas Internas llegaron de sorpresa. A los dueños de los locales les pidieron facturas o documentos de los artículos que exhibían. En el operativo se detuvo a siete personas y se decomisó mercadería. El intendente Julio César Quiñónez advirtió que los operativos continuarán. Pidió a los comerciantes que justificaran el origen de lo que adquieren y venden.
Los controles en Guayaquil y en otras ciudades del país son el resultado de la advertencia que el presidente Rafael Correa hiciera: “En enero las cachinerías deben desaparecer”. Durante una visita a este mercado, el pasado 22 de diciembre, el Mandatario conminó a los comerciantes a no adquirir artículos robados. Ese mismo día, durante un operativo sorpresa en la calle Machala, centro, fueron detenidas cuatro personas.
Vallejo afirma no temerle a los controles. “Es bueno que las autoridades verifiquen qué se vende. Los cachineros trabajaban al filo del cuchillo, en cualquier momento les iba a caer los controles”. Lo mismo señala Gómez, en la calle 24, en el Suburbio de Guayaquil. No tiene facturas pero asegura que los objetos que comercializa tampoco son cosas robadas.
Al caer la tarde, en la calle 24 solo quedan montones de basura y algún comerciante de legumbres. Para entonces, los cachineros ya se han ido. Gómez levanta su puesto al mediodía. Es una rutina que honra desde hace cuatro años. Antes se ocupaba como albañil: “ Pero debido a un mal tirón me fregué la columna y ya no pude trabajar”. Ahora dice que gana 10 dólares diarios. La mitad se la lleva un chulquero, al que pidió dinero para surtir su negocio.
Indicios de lo ilícito
Según la Policía del Guayas, las cachinerías implican el cometimiento de varios delitos, como el robo a personas (fruto del secuestro exprés: celulares, etc.), robo en domicilios (aparatos electrónicos como laptop) y robo de accesorios de autos.
César Yánez, jefe del Departamento de Análisis e Investigaciones de la Policía del Guayas, dice que los accesorios de vehículos son los más demandados en las cachinerías de Guayaquil. “Son de fácil comercio”.
La venta de cables también es frecuente en las cachinerías. El cable se usa para fundirlo y comercializarlo. Hay gente que se dedica a reciclar estos artículos, pero otros son robados.