En algún lado leí que el presidente Correa tiene previsto irse a vivir a Bélgica una vez que termine sus patrióticos asuntos por estos lares. Y, francamente, no lo comprendo. Cómo alguien puede querer irse de ese paraíso en la Tierra en el cual la revolución ciudadana (cuyo eslogan reza que todo está en marcha) está convirtiendo al Ecuador.
Si quieren fechas, busquen en otra parte; mis fuentes no son tan confiables que digamos. Unos dicen que debemos ir preparando la fiesta de despedida para el 2013 (me parece que están pensando con el deseo) y otros que allá por el 2017. En realidad, para cuándo esté planificando irse es lo de menos, lo importante es que le logremos convencer de que no se vaya.
No es posible que el ciudadano Presidente no disfrute de ese nuevo país que, con primor, está construyendo para nosotros (y yo creía que también para él y su prole).
Por ejemplo, se perderá de ese país de millonarios que seremos; se prevén enormes fortunas amasadas a punte juicio por daño moral (no cabe más que agradecer el precedente sentado por unos jueces inusitadamente ágiles en estos casos). De hecho, yo ya estoy consultando con mis abogados para entablar un juicio por daño moral contra el Municipio de Quito por el trauma irreversible que me ocasionó manejar por el Centro Histórico el lunes pasado al mediodía.
Volvamos a lo que importa. No me conformo con que el Presidente y/o su descendencia no se beneficien, por los próximos 300 años, de esa justicia modelo –hecha a medida– que tendremos después de que votemos todo sí el 7 de mayo. No es justo.
Tampoco sus nietecitos podrán nacer en los pulcros hospitales públicos que ha construido; ni sus bisnietos educarse como en el Primer Mundo estudiando en cualquiera de las escuelitas fiscales de esta patria tierra sagrada, en las que tendría que inscribirlos para honrar la calidad de su magnífica obra. O, simplemente, él y su querida esposa gozar de una apacible jubilación en esta isla de paz –sin inseguridad ni impunidad– que es el Ecuador.
Pero lo peor de todo es que no hará un tour por las ruinas del Yasuní, que para entonces contará con vías de alta velocidad (ocho carriles) y unos pozos petroleros cinco estrellas; con museo de cera incluido, para que sus tataranietos puedan aprender didácticamente e ‘in situ’ quiénes eran los huaorani, los tagaeri y los taromenane. Ah, y el museo de ciencias naturales, con fósiles de tucanes incluidos… Qué lástima.
Hagamos algo para que cambie de opinión. Talvez tengamos que contratar a Alvarado y compañía para que nos diseñen una linda campaña de persuasión. Yo sí quisiera que el Presidente Correa se quede, más que nada porque me late que al final de esta revolución él va a tener muchas preguntas que responder (rendición de cuentas, que llaman).