Los gestores ambientales también tienen una actividad riesgosa, el ruido les afecta mucho. Fotos: EL COMERCIO
Para ellos, el riesgo es una constante. Si se acercan demasiado, si no usan el vestuario adecuado, si se desconcentran por un segundo, las consecuencias podrían ser fatales. Han aprendido a convivir con la electricidad, la basura o la altura extrema. ¿Cómo es laborar en uno de los trabajos más riesgosos de la ciudad?
En Pichincha, en lo que va del año, ocurrieron 3 531 accidentes de trabajo; de ellos 42 terminaron en muerte, según el IESS. En el mismo período del 2014, hubo 62 fallecimientos.
Eduardo Samaniego, máster en seguridad industrial y experto en gestión de riesgos, sostiene que los oficios más peligrosos tienen que ver con las operaciones en altura, las que involucran fuego o electricidad, las que tienen una exposición química y las que se desarrollan en espacios confinados.
La construcción encabeza la lista. En Quito, ese es el tercer oficio con mayor demanda:
74 516 personas se dedican a esta rama. Diego del Castillo, expresidente de la Cámara de la Construcción explica que es un oficio de alto riesgo por varios factores, como el uso de maquinaria peligrosa (amoladoras, soldadoras o martillos neumáticos). Pero, sobre todo, porque se trabaja en la altura.
Estar sentado en un par de tablas a 60 metros, donde el viento es tan fuerte que empuja lo que toca, produce vértigo; aunque los obreros están acostumbrados. En un edificio del sector de El Bosque, que tendrá 17 pisos, todos los trabajadores usan casco, chaleco y botas con punta de acero. Quienes trabajan en los volados deben usar arnés de seguridad y una línea de vida. Es una cuerda que los une a un cable de seguridad que bordea el edificio, dice Carlos Buitrón, ingeniero de la obra.
Allí todo es un riesgo. Solo caminar por el tejido de varillas, podría ocasionar un accidente, pero se los evita gracias a la capacitación al personal. Según Buitrón, a los 180 obreros que laboran allí se los capacita en seguridad industrial.
Luis Fernando Toapiza, de 48 años, lleva más de media vida trabajando en altura. Vive en Toctiuco y con ese oficio educó a sus cinco hijos. Recuerda que una vez, en otra obra, uno de sus compañeros pintores cayó de un cuarto piso por un descuido. No se colocó el arnés y perdió el equilibrio. Su trabajo es un riesgo, pero lo disfruta y con los USD 155 semanales, mantiene a su familia.
En lo que va del año, se han registrado 202 accidentes laborales en esta rama. Según Medicina Legal, al año, en promedio, ingresan unos tres cuerpos de albañiles tras haber perdido la vida por caídas.
Pero el riesgo también acompaña a quienes trabajan en tierra. Para hablar con María Quishpe, es necesario hablar alto, casi gritar. El ruido de los camiones de basura que ingresan a dejar los desperdicios en la Planta de Transferencia de Zámbiza y la leve sordera que padece a sus 60 años, le dificultan la comunicación.
Ella, desde hace 24 años, vive de clasificar la basura y separar el papel, el plástico y la chatarra. Antes la llamaban minadora. Hoy, es gestora ambiental. Pertenece a la Asociación Vida Nueva, con 225 miembros, y están mejor organizados, pero su labor no deja de ser riesgosa.
María trabaja junto a Consuelo, una de sus seis hijas, con quien vive en La Forestal. En Quito, el 60% de las personas que se dedican a esta actividad, son mujeres cabezas de hogar.
Para ella todo es un riesgo: esperar a que el recolector ingrese a uno de los cuatro andenes, abrir las fundas, meter las manos en ellas. Ni siquiera le molesta el olor penetrante que se impregna en el cabello, en las fosas nasales.
Pedro Robles de 52 años, uno de sus compañeros cuenta que utilizan guantes, botas, y un cuchillo para abrir las bolsas. Son frecuentes los cortes, pincharse con agujas, quedar cubiertos hasta las rodillas por la basura, por lo que deben estar con los cinco sentidos.
Robles ha visto morir a dos de sus compañeros; ambos por descuido. El primero estaba en estado etílico y en el segundo, a inicios de año, se cruzó cuando un tractor estaba dando retro. En la ciudad hay más de 30 mil recicladores informales.
Luis Bolívar Miño, de 45 años, es ingeniero eléctrico, y siempre está en contacto con voltajes de baja y alta tensión. Cuando a una persona le coge la corriente al cambiar un foco, recibe 110 voltios. Pero Miño, está en contacto con cables que transmiten hasta 400 000 voltios. Esa cantidad de energía es como un imán: atrae cualquier objeto que se le acerque.
A pesar de trabajar con guantes dieléctricos (que no dejan pasar la electricidad), zapatos aisladores, casco de protección dieléctrico, cinturón de seguridad y arnés, hay accidente. Miño ha visto perder miembros del cuerpo a sus compañeros por electrocutarse, e incluso perder la vida.
Seguridad
En lo que va del año, el IESS registró 3 531 accidentes de trabajo en Pichincha. De esta cifra, 202 se produjeron en la rama de la construcción.