No es la primera vez que se habla de problemas que inciden en la identidad y atractivo de uno de los íconos y mayores destinos turísticos de la ciudad: el Centro Histórico. Lo que preocupa es que estos aspectos negativos son parte de la cotidianidad de los quiteños; ante esto,el resultado es que las soluciones tardan.
Sin asumir el papel del quiteño curuchupa, causa temor y vergüenza ver a consumidores y vendedores de droga, alcohólicos e indigentes en espacios como las plazas Grande, del Teatro, Santo Domingo y Santa Clara o las calles Montúfar, Esmeraldas, Loja, Venezuela y 24 de Mayo (por las noches) y 24 de Mayo, entre Venezuela y Cuenca. Son grupos sociales que se han posesionado de determinados sitios; es decir, son perfectamente ubicables.
¿Muestras? Pues hay varios botones. Por ejemplo, causó temor ver que, anteayer, en plena Plaza Grande, a las 11:20, un grupo de personas cómodamente sentada fumaba marihuana, consumía licor (camuflado en botellas de bebidas energizantes) y, de vez en cuando, enviaba piropos (léase groserías) a las mujeres que pasaban hacia o desde las calles García Moreno y Espejo. Una alargada banca de piedra, bajo la sombra de un frondoso árbol, es su bastión, ahí pasan todos los días, en diverso número. Pero lo del domingo fue demasiado: aquellas bocanadas de humo, acompañadas de una jerga afín al “estado de ánimo” obligaron a que los transeúntes, sin voltear a ver, apresuren el paso; los turistas tuvieron igual reacción.
Ni policías nacionales ni metropolitanos se “dieron cuenta” de aquella escena. Como tampoco de los seis indigentes apostados, a la misma hora, de los bajos del Palacio Arzobispal, ingiriendo alcohol sin miedo. El temor fue para los transeúntes.
Esta situación, elevada al cubo, se vive en la plaza del Teatro. La parte posterior del andén del trole (sentido norte-sur) es el mejor sitio para vivir esta no tan grata experiencia urbana que, en este sitio, alcanza ribetes de inseguridad ciudadana. La responsabilidad alcanza los ámbitos municipal y lo nacional.