Dos escenarios. Dos protagonistas y dos culturas diferentes. En el uno, el fútbol era ofendido por una horda de malvivientes, en el otro, sin la parafernalia del gran negocio, se vivía un drama en la cancha no exento de pierna fuerte y mucho temperamento.
En el uno, la Policía se alistaba para la ‘guerra de las galaxias’, en el otro no había cercas ni alambradas y con solo dar un paso el hincha podía estar en la cancha. Buenos Aires y Medellín vivieron el jueves una jornada copera con diferentes epílogos: violencia y caos en Argentina; fútbol intenso y nada más en Medellín.
Esa noche, Emelec, el bicampeón ecuatoriano, con un hombre menos lograba la clasificación ante Nacional de Medellín en un partido típico de Copa. Bronco, con marcación vehemente y un generoso despliegue. Terminado el partido, todos a casa. Los paisas masticando la bronca de la derrota y los eléctricos, exultantes.
En Argentina, la hora de las cuentas claras les llegó a los incrédulos y solapadores de la violencia. Desde la Conmebol, pasando por las autoridades, los dirigentes-políticos-comerciantes y cierto sector periodístico. La comunidad futbolera sudamericana sonríe incrédula ante las sanciones de la Conmebol, por ello, dentro del amarillismo con que se trataron los incidentes del Boca-River es mejor realizar un ejercicio de lectura de un análisis profesional antes que involucrarse en la vorágine de hipócritas mea culpas. (puede revisar este enlace en la web con más información https://www.laizquierdadiario.com/Quienes-son-los-10-responsables-del-escandalo-en-La-Bombonera).
El fútbol en Argentina se encuentra secuestrado por las mafias violentas. Ecuador está a tiempo para no ingresar en esa maldita espiral. Que, además, no tiene retorno.