Marco Arauz Ortega. Subdirector de Grupo El Comercio
No sería nada raro que, con la misma rapidez con la que exculpó a su hermano de posibles beneficios como contratista del Estado, el presidente Rafael Correa descalificara de un plumazo una nueva manifestación a favor de la libertad de expresión. Ayer, tres ex presidentes de la República se pronunciaron contra prácticas de hostigamiento a la prensa y sobre todo contra la posibilidad del cierre de Teleamazonas.
Hasta hoy, el Presidente ha sido inflexible en su intento de asumir el papel de juez de los medios, en lugar de preocuparse por garantizar el acceso a la información y el respeto a las libertades de expresión y de opinión. La semana pasada minimizó las voces dentro de las filas de Alianza País, y las atribuyó a un atavismo generado por tabúes, de los cuales él sí se ha liberado.
El fin de semana, afirmó que lo tenía sin cuidado lo que diga el Secretario de Estado de Estados Unidos, quien pidió a nombre de su Gobierno a los gobiernos de Latinoamérica que garanticen la libertad de expresión. El funcionario retomó la idea clave del saludo del presidente Obama a Correa, cuando habló de la prensa libre como una condición para la democracia. Esto, en el contexto de la reactivación de la relación bilateral.
Un Correa tan cerrado a la banda corre el riesgo de equivocarse, aunque invoque como el mejor argumento sobre esta materia ‘lo que diga el pueblo ecuatoriano’. ¿Cómo se puede procesar esa entelequia? ¿A través de encuestas o declarándose su intérprete? Da la sensación de que, al menos en este caso, Correa tendrá que aflojar el acelerador.