Redacción Ibarra
Los zamarros cuelgan en la percha, junto con las monturas que llenan el pequeño local, en la parroquia La Esperanza, al nororiente de Ibarra. Emerson Obando detiene la manufactura y se alista para la singular fiesta.
Los habitantes de las parroquias Angochagua y La Esperanza fusionan en una sola celebración las fiestas de San Pedro y del Inti Raymi. Blancos, mestizos e indígenas, de unas 20 comunas rurales y barrios, visten en estos días trajes típicos: zamarros, ponchos, botas y sombreros.
El santo y la música
La imagen de San Pedro es llevada de comunidad en comunidad. Las mujeres cargan la imagen en sus espaldas, para entregarla a los próximos priostes. De ese modo, se asegura la continuidad de la celebración para el próximo año.
La movilización, bandas de pueblo y castillos para las quemas nocturnas son una contribución de los priostes, las juntas parroquiales y el Municipio. La quema de los castillos es uno de los principales atractivos. En las tardes, grupos de indígenas y mestizos transitan por la estrecha y empedrada carrera Galo Plaza Lasso, la abandonada vía que conecta a Ibarra con Olmedo, en Pichincha.
Cada grupo va al ritmo de una banda de pueblo. Los priostes cargan las denominadas ramas de gallo. Las mujeres, ataviadas con multicolores faldas y blusas blancas bordadas a mano en el lugar, recitan coplas picarescas.
“Acostumbrado estás a tomar leche de todas las vacas, pero de esta no has de tocar ni las ubres cholito…”, dicen en coro.
La carrera Galo Plaza atraviesa por el centro del barrio Santa Marianita de La Esperanza, uno de los sitios que sirvió de refugio a los sobrevivientes del terremoto que destruyó Ibarra en 1868.
Allí, junto a la iglesia se levanta una plaza recientemente remodelada. Es el lugar de confluencia de todas las delegaciones. “Queremos fortalecer la identidad indígena y mestiza. Cada año, esta fiesta de fusión atrae a miles de visitantes”, dice Elena Ipaz, presidenta del barrio.
Las delegaciones bailan en círculo, en la plaza central. Emerson Obando y sus familiares, que llegaron de Pichincha, Guayas y la Sierra norte se unen al festejo. En Angochagua y La Esperanza están ubicadas las haciendas tradicionales de la zona, entre ellas la de Zuleta, de 2 000 ha.
Tras las puertas de las casas bajas, construidas con bloque, adobe y teja, los vecinos manufacturan y bordan manteles, blusas, camisas, pantalones y un variopinto conjunto de prendas de vestir.
Laura Ponce vive en la comuna Zuleta, en la parroquia Angochagua, a 40 minutos de la capital de Imbabura. Ella asegura que la tradición del bordado empezó hace más de medio siglo.
Su madre le enseñó a manejar los hilos y las agujetas. Años más tarde, ya de adolescente, se perfeccionó en la escuela local. “Durante esta fiesta, que se realiza cada año, nuestros bordados se venden bien. Eso es bueno, porque hay más trabajo”.