El doctor K fallece a una edad avanzada, rodeado de hijos y nietos que lo lloran y lo aplauden porque ha dejado una fortuna inmensa.
Y su alma, una vez liberada se dirige derecho al Cielo, sin saber si le toca o no. Así, si la rechazan, le quedará el consuelo de decir: al menos lo intenté.
Una vez ante las Puertas Doradas se ve cara a cara con San Pedro, quien, tras preguntarle nombre y apellido y de dónde viene, sentencia rápido y terminante:
“No, aquí no maestro, a usted le toca el infierno”. Palabras definitivas que acompaña con un gesto igualmente categórico: mostrando su puño derecho con el pulgar dirigido hacia abajo. Pero K no se resigna y pregunta, indignado, ¿en qué se ha basado el Cielo para condenarlo a él, nada menos, al mundo de las tinieblas y los sufrimientos atroces?
Y entonces San Pedro, extrayendo una gruesa colección de diarios de la Argentina, le responde categórico: “¡En este archivo!”. Con lo que lo deja mudo. Pero, a modo de consuelo, mientras su alma se dirige, triste y apesadumbrada, a las profundidades del Averno, San Pedro le ofrece, para que el viaje no se le haga tan pesado, un ejemplar de Cómo ganar amigos, de Dale Carnegie.
Se han tejido muchas historias acerca de las razones por las que el Gobierno, tras perder las elecciones y con la situación social y económica cada vez más comprometida (lo que se confirma, por si faltaran pruebas, con este viaje a Canosa, o, lo que es lo mismo, a EE.UU., emprendido por la Presidenta), se lanzó a forzar la aprobación de una ley de medios, un tema que no lo había preocupado en absoluto durante los seis años anteriores.
Y entonces, tocando como al azar las distintas teclas del piano de la política, se ha dicho que se ha tratado de una venganza o aún del convencimiento de que, si consigue acallar las críticas de la prensa por medio de este régimen tan estrafalario como dirigista, talvez consiga recuperar la popularidad perdida y consagrarse, otra vez, campeón de todos los pesos en 2011.
Sin embargo, fuentes más cercanas al ex y copresidente aseguran que al hombre se lo ha visto, más de una vez, deambulando y hablando solo por los pasillos de la residencia, de pijama y chancletas, con cara de haber dormido mal, talvez a causa de una indigestión severa.
En consecuencia, su violento ataque contra la libertad de prensa, su empeño en dominar a la opinión pública, vendiéndole el paraíso K a pesar de todas las evidencias en contrario, se fundaría menos en sus sueños inmediatos de seguir encadenado al sillón de Rivadavia (como lo intentó, días atrás, una señora en la Costanera Sur a su quiosco clandestino de choripanes), que de garantizarle a su alma un destino mejor que el tórrido infierno.
La Nación, Argentina, GDA