El próximo viernes tendrá lugar en Quito, específicamente en el auditorio de Flacso, un foro sobre un tema de mucho interés no solo para ambientalistas sino para el público en general: se trata de la biocapacidad y los desafíos para la cooperación internacional.
Antes de contarles más, permítanme que comience con algo que puede ser trivial. El otro día, mi pequeña hija me contó lo siguiente: “Papá , soñé que el mundo se acababa”. ¿Qué pasaba?, le pregunté. “No teníamos agua, no había alimentos”, me respondió.
Y aunque el escenario nos remite a una pesadilla que quisiéramos nunca suceda, rondan por mi cabeza estas preguntas: ¿somos conscientes del riesgo que existe de que los recursos de la naturaleza se agoten? ¿Tenemos una idea o balance comparativo entre cuánta naturaleza tenemos y cuánta naturaleza utilizamos?
Uno de los indicadores que nos permiten medir la relación existente entre recursos disponibles y utilizados es la biocapacidad.
Datos del libro ‘El poder ecológico de las naciones’ -el cual se presentará este viernes- revelan que en 2005 la demanda humana sobre la biósfera estaba excedida en 30%. Es decir, la capacidad de regeneración de la tierra no daba abasto con el nivel de consumo humano.
En esa publicación se habla que para 2050 la humanidad demandará el doble de recursos de lo que la Tierra pueda proveer.
Si se analiza el mapa global, hay países que todavía disponen de recursos naturales y biocapacidad para atender sus demandas internas. Entre esos países está el Ecuador.
Lo importante es que ese saldo positivo en términos de biocapacidad no sea usado para la depredación y explotación desproporcionada de los recursos naturales. De lo contrario, lo que puede ser un potencial puede convertirse en un serio problema.
Vean el caso de Brasil y la explotación brutal de bosques en la Amazonia. ¿De qué ha servido? ¿Para acabar con la biodiversidad y destinar extensos espacios a la crianza de ganado y producción de carne de exportación?
Si el término biocapacidad puede darnos una idea del nivel de uso de nuestros recursos naturales, esos datos deberían servir no solo para planificar su aprovechamiento sino su conservación.
No hay suficientes peces para pescar ni suficiente atmósfera para llenarla de CO2 ni suficientes bosques para deforestar. Pensando en términos de biopolítica, el precio de mantener un modelo económico irracional y altamente extractivista no puede darse a costa de los países poseedores de recursos naturales.
Si no hay cambio sustantivo los días están contados para la humanidad. Esto no es una pesadilla. Es real.