Mercedes E. Zabala Arellano
Me parece muy bueno el concepto de las subastas públicas para que el Estado adquiera lo que requiere, de hecho me ilusionó mucho la idea y me inscribí entre los ofertantes.
Pero, como soy propietaria de una pequeña farmacia en la ciudad de Coca, ¿qué remotas posibilidades tengo de competir con los monstruos oligopólicos de venta de medicinas?
En realidad ninguna, todas las ofertas y adjudicaciones se las llevan ellos, es decir, que me registré en vano y en vano me ‘invitan’ por Internet a participar en las famosas ‘subastas’, como para llenar el requisito y decir que se está cumpliendo.
Buena la idea, el concepto teórico es excelente, pero en la práctica, pronto el esquema actual me llevará al desempleo.
Y de hecho lo mismo sucede con las cadenas de farmacias que se están tragando vivas a pequeñas farmacias como la mía, vívido ejemplo del capitalismo salvaje que no mira las consecuencias de lo que barre ni a quien barre; claro, tengo la opción de unírmeles bajo sus condiciones y terminar como empleada de las cadenas, pero para ello debo invertir el total de la facturación equivalente a dos años, en efectivo y libre de otros posibles gastos que no se especifican en el modelo de contrato que proponen firmar.
Catorce años de mi vida y la esperanza de crecer con mi negocio tirados a la basura, para que venga el más vivo a la mesa servida para terminar como carne de cañón de la revolución ciudadana. Ojalá el Presidente nos regrese a ver, aunque sea para cumplir con el compromiso moral que esta carta lleva.