Redacción Santo Domingo
La nacionalidad tsáchila de Santo Domingo se esfuerza por conservar su patrimonio cultural y étnico. Por eso, los chamanes y jóvenes nativos retoman sus costumbres ancestrales. Entre las más importantes, la práctica del chamanismo, su vestimenta y su lengua originaria el tsáfiki.
Hace algunos días se realizó un encuentro en las comunidades de El Poste y Chigüilpe, donde se reunió el Consejo de Ancianos Tsáchilas con las autoridades locales para debatir el tema.
Flavio Calazacón, un chamán de El Poste de 40 años, es el coordinador del Consejo de Ancianos. Este organismo está integrado por chamanes (Poné) que cuentan con más de 60 años.
Para Calazacón, el patrimonio tsáchila se conserva porque sus habitantes decidieron vivir en comunidad. “Desde 1952, cada comunidad tiene escrituras únicas y esto ayudó a la conservación de nuestros territorios”.
La convivencia de los grupos familiares permitió a los jefes de familia y líderes comunitarios transmitir sus conocimientos ancestrales a las nuevas generaciones. De este modo, se conservó el pintado del pelo con achiote y también la mayor parte de la colorida vestimenta.
Calazacón enseña a su hijo Leonardo, de 21 años, a pintarse el pelo. Primero busca el achiote (mu) de los árboles . Este producto se recolecta en grandes hojas de la planta de bijao. Al igual que lo hacían sus abuelos, Calazacón se inclina de rodillas y frota el achiote con sus manos. El resultado: una mezcla pastosa y consistente para untarse en el pelo. En los escritos del historiador Juan de Velasco se menciona que esta costumbre se remonta a 1540. En esa época se creía que el achiote curaba la viruela.
Para Calazacón, el chamanismo tsáchila es otro eje que permite la conservación del patrimonio étnico. Para mantener esta práctica, Calazacón renunció a su profesión de docente escolar. Lo siguiente fue recuperar un jardín botánico.
En medio de este edén hay un árbol de pechi, que Calazacón cuida hace 18 años. Dice que los antiguos chamanes solían colocarse al pie del inmenso árbol en las tormentas. “Cuando los rayos caían, el pechi los protegía y recibía su energía”.
Alrededor de este tronco hay cuatro piedras gigantes. El chamán dice que simbolizan la tierra, el fuego, el aire y el agua. “Este es el sitio ideal para que los chamanes realicemos la jornadas de purificación del espíritu”. Aquí se respira aire puro, el verde domina; el visitante se contagia de paz y frescura; el canto de pájaros junto a los ríos aún limpios conforman una acuarela.
Roberto Calazacón es otro de los chamanes. Pertenece a la comunidad de Cóngoma, al sureste de Santo Domingo, en la vía a la parroquia Luz de América, a 30 minutos de esta ciudad.
Para él, la conservación de las plantas es el principal patrimonio cultural y étnico. Este chamán suele recolectar plantas, como walakela ta’pe, ayahuasca, elenashili. También seiko, tefu, cocola, nepi, petso, ague, tuntu.
Para los rituales usan armas rústicas, como lanzas, instrumentos de hierro, piedras y extractos de flores exóticas.
Otra comunidad que se decidió por conservar el patrimonio ancestral tsáchila es la de Chigüilpe. Para llegar a este sitio se toma un desvío en el km 7 de la vía a Quevedo. Aquí vive la familia de Manuel Calazacón. Él también es un joven chamán que cuida su vestimenta.
El varón tsáchila viste el manpe tsanpá, una tela rectangular, semejante a una falda. Se usa 10 ó 15 centímetros por encima de la rodilla, con rayas horizontales en colores azul marino y blanco. El manpe tsanpá se sostiene con el sendori, un cinturón de tela de color rojo que se emplea como faja.
La mujer tsáchila no se pinta el pelo, pero usa el wituk, una pintura natural de líneas horizontales sobre su rostro y cuerpo. Además, utiliza la chumbillina. Es una falda de colores verde, azul, amarillo y rojo.
Los chamanes no niegan que algunos jóvenes ven con recelo el atuendo completo por la influencia del mundo citadino.
La primera consecuencia: varios adolescentes tsáchilas cambiaron el uso del manpe tsanpá por el pantalón. Asimismo, los adolescentes evitan pintarse el cabello con achiote.
Quieren conservar el idioma tsáfiki. Héctor Aguavil, gobernador de la etnia, cuenta que hoy en día esta lengua se habla en la comunidades, pero hay diferencias fonéticas y de escritura. Para el primer trimestre de 2010 se planea editar un diccionario único para todas las comunidades. Para el dirigente de la comunidad de Chigüilpe, Henry Calazacón, “hasta ahora solo se han publicado pequeños folletos o manuales”.
Las familias antiguas
2 640 habitantes conforman la etnia. Están organizados en ocho comunidades: Chigüilpe, Cóngoma, Colorados del Búa, Naranjos, Poste, Peripa, Tahuasa y Otongo Mapalí. En esta etnia existen siete familias: Calazacón, Aguavil, Loche, Alopi, Gende, Sauco, Maracay y Oranzona.
Los chamanes deben tener más de 30 años. Los menores se consideran aspirantes y tienen guías experimentados.
Punto de vista
Patricio Velarde/ Historiador
‘La relación con el entorno’
La conservación de la lengua tsáfiki es uno de los aspectos básicos para el cuidado de su patrimonio cultural y étnico. De esta forma se transmitieron herencia, valores y formas de comunicación. Otro aspecto es la conservación de sus territorios: 10 200 hectáreas en la provincia. Mediante estos dos aspectos lograron conservar su vestimenta y costumbres. Esta nacionalidad logró atesorar su patrimonio cultural, pese al proceso agresivo de colonización de los años sesenta. Ellos también tienen problemas con la conservación de su lengua. Asimismo, el chamanismo está ligado a la geografía. Santo Domingo fue una zona selvática, declarada por el presidente Eloy Alfaro como bosques nacionales. Entonces esta etnia requería grandes territorios para conservarse su herencia de vegetación, que solo los tsáchilas conocen a través de su vínculo con la naturaleza.