Por esas cosas raras de la vida, me ha tocado como adulto hacer entrañables amistades con personas mucho mayores a mí. En 1995, cuando trabajaba un ensayo sobre la historia de las relaciones ecuatoriano-peruanas para publicarla junto a mi tesis doctoral en diplomacia en ‘Un puerto de paz y progreso’, conocí a don Félix Denegri Luna, historiador peruano que tenía un sincero interés en la solución de nuestros ancestrales problemas limítrofes.
Organizamos encuentros entre historiadores de Ecuador y Perú, para romper el hielo que entonces existía, recibiendo el apoyo de Jorge Salvador, director de la ANH de Ecuador y del director de la Academia peruana. Varias veces visité a Félix, quien tenía una gran biblioteca en Lima, manteníamos comunicación y cruce de libros. Admiré siempre el entusiasmo que ponía en sus afanes, a pesar de superar los 80 años. En contra de recomendaciones médicas, viajó a Quito a unas conferencias y su corazón no resistió.
Don Manuel de Guzmán Polanco fue electo director de la Academia Nacional de Historia en julio de 2001, cuando tenía 86 años, y desde entonces, emprendió una intensa actividad en beneficio de la centenaria institución.
Promovió la modificación de estatutos y descentralización de la academia, estableciéndose la posibilidad de crear Centros Correspondientes en ciudades con más de cinco miembros. Cuando se estableció el de Guayaquil en agosto de 2003, fui nombrado director y eso dio inicio a una gran amistad.
En estos seis años, he visto cómo Manuel logró conseguir una hermosa casona en Quito y mayores recursos para la ANH, aumentar las relaciones con otras academias y organizar en la capital, por el Bicentenario del 10 de Agosto de 1809, un Congreso Extraordinario de la Asociación Iberoamericana de Academias de Historia, en fin.
La experiencia de Manuel como brillante diplomático, abogado, profesor universitario y político, con profundas convicciones socialcristianas, le sirvió para lograr sus empeños.
Sus colegas de Guayaquil admiramos el entusiasmo con que él participaba en eventos y actividades académicas organizadas en nuestra ciudad. Igualmente lo hacía en eventos en Portoviejo, Cuenca, Latacunga y, por cierto, en Quito. Era increíble ver cómo este ilustre ecuatoriano, que no tenía prejuicios regionalistas, vivía a plenitud sus 90 y pico de años, pendiente del desarrollo institucional y nacional.
Al celebrar la fructífera vida de Manuel rendimos homenaje a todos los adultos mayores que, gozando de buena salud, trabajan y viven a plenitud por su familia, la sociedad y la Patria, hasta el último aliento de vida.