Son las siete de la noche, el sol acaba de ocultarse, la penumbra se riega por el horizonte. Katia no ha vuelto a casa. Ella tiene 20 años y salió para buscar algo de comer o beber. Lo mismo hizo su hermano Claudio, dos años mayor, quien volvió triste y con las manos vacías a su casa.
Hace 16 días la tierra retumbó y lo cambió todo. En una pequeña radio a pilas, Claudio escucha las últimas noticias: “Las Naciones Unidas dan el último balance de víctimas de la tragedia 112 250 muertos, 194 000 heridos en hospitales y 295 00 damnificados, solo en Puerto Príncipe”. De las ciudades del oeste Leogane, Gressier y Carrefour, más afectadas, no se sabe casi nada.
El terremoto fue el más devastador que recuerde Haití. Llegó a 7,3 grados en la escala Richter. Dos semanas después, la tierra sigue temblando: réplicas de 5,9, 5,5, 5,1 grados causan pánico entre la población. La mayoría abandonó sus viviendas y duerme en parques, canchas o cualquier lugar sin techo. Allí armaron con palos, telas, plásticos, endebles casuchas donde sobreviven. Otros cuidan las casas que no se llevó el temblor, pero no pueden ocuparlas porque son muy frágiles.
En los alrededores cientos de personas deambulan con el rostro apesadumbrado, desolado por la pena y la frustración y la incertidumbre. ¿Será verdad que hay hombres que salieron de sus tumbas y no tienen voluntad propia, que el vudú traído desde el África ayudó a los abuelos de sus abuelos a independizarse en 1804? Eso no es más que un mito. Buena parte de los haitianos son católicos y cristianos. No hay Tap tap (camionetas acondicionadas para el transporte público) que no tengan pintadas frases que santifiquen la gloria a Dios y a Jesús.
Las horas pasan lentamente. La Luna se alza en el cielo. De repente, los gritos emocionados de un vecino se escuchan: Rosalinda Figueredo volvió a casa luego de 13 días. Lleva en sus manos dos fundas de yute, llenas de alimentos que logró conseguir. Ella habla español y viajó a República Dominicana para conseguir algo de comer. Vive en Pechonvil. En kreyol, el idioma oficial de Haití, significa criollo, porque es una mezcla de francés, inglés, español y dialécticos heredados de sus abuelos africanos. Pero la gente rica llama a esa zona
Pettionvillage, en honor a uno de sus libertadores, donde se funden centros comerciales y residencias muy lujosas.
Una de las vecinas recuerda que Rosalinda Figueredo dejó Pechonvile tres días después del terremoto, porque su esposo ya no podía trabajar y sus hijos salían a conseguir comida.
En la mañana siguiente, Claudio vuelve a las calles. Él estudia medicina en Santo Domingo y es voluntario de la Cruz Roja, pero no ha tenido éxito para conseguir un empleo. Aunque no vivió el terremoto, volvió a casa para ayudar a sus padres y hermanos. Cuando llegó a Puerto Príncipe se encontró con una ciudad sombría, ocre, cubierta de polvo.
Ahora espera conseguir desesperadamente un empleo. No confía en las toneladas de vituallas y alimentos de ayuda del extranjero que se anuncia que llegaron a Dominicana.
A su barrio no ha llegado nada aún. Aunque colocaron un cartel que en inglés, francés y español pide que los ayuden.
Es mediodía y Katia no ha vuelto. Claudio trata de aplacar su preocupación con lágrimas. Escuchó que Miguelina, una chiquilla del barrio, de 17 años, por 1 500 pesos cruzó la frontera para ir donde un hombre que nunca conoció. Ahora piensa si esa finalmente será su suerte.