La expresión ‘banana republic’ fue acuñada a principios del siglo pasado, en los Estados Unidos, para referirse básicamente a Honduras. Luego se aplicó a aquellos países cuyo comportamiento tropical e inestable contrariaba las normas de convivencia civilizada. Implicaba un juicio peyorativo que ningún pueblo estaba dispuesto a aceptar resignadamente.
En realidad, el Ecuador ha dado lugar a que se pensara en él como una ‘banana republic’. Basta recordar, en lo político, los frecuentes golpes de Estado y episodios tan poco serios como la venta en remate público del bigote del presidente Bucaram o el baile del conejito del presidente Gutiérrez en los balcones de Carondelet, o las bofetadas autoinfligidas por el presidente Correa, impresionado sobre medida por los hermosos ojos de una presidiaria.
Además, siendo nuestro país el principal exportador de banano, estaba casi normalmente expuesto a que el calificativo de ‘banana republic’ le fuera atribuido.
Naturalmente, el criterio que los demás países se formen del Ecuador dependerá, primero, de la forma en que hayamos organizado nuestra vida interior y de la manera en que conduzcamos nuestras relaciones como Estado. Podemos buscar todas las transformaciones que el país necesita con urgencia y seguir mejorando la imagen como país, si actuamos con seriedad.
Por estas razones, la Cancillería usualmente recordaba al servicio exterior su obligación de trabajar para mejorar la imagen internacional del Ecuador, difundiendo informaciones objetivas que demostraran que, a pesar de ser un país en desarrollo, convulso y lleno de injusticias sociales, al pueblo ecuatoriano le inspiraba la decisión de construir instituciones sólidas, fortalecer las libertades, respetar el derecho y vivir en una sociedad libre, solidaria y fraternal.
El presidente Correa acaba de publicar un libro cuyo título implica el reconocimiento de que el Ecuador es o ha sido una ‘banana republic’ que ha evolucionado hacia una no-república. Es lamentable que, con la autoridad de la palabra del Jefe de Estado, se haya incluido al Ecuador en esa descalificadora categoría.
¿Podrá el pueblo ecuatoriano rebatir tan desafortunada calificación? ¿Recibirá el servicio exterior instrucciones para demostrar que tan peyorativo criterio es inmerecido e injusto, contradiciendo así al Presidente?
¿Y adónde bajaremos en esa escala descalificadora, después de ser una no-república? Hay en todo esto un afán enfermizo de considerar que todos los gobiernos que antecedieron al actual fueron malos.
No se piensa en construir sobre la base de las acciones positivas heredadas, sino en descalificar lo anterior para asumir el rol mesiánico de fundadores de la nueva patria, lo que, irónicamente, corresponde a la mentalidad de una ‘banana republic’.