Editor de Investigación: Arturo Torres / Reportería: Christian Torres
Era el cálido verano de 1989. Rafael Correa y Washington Pesántez coincidieron en la Universidad de Lovaina, en Bélgica, como parte de un grupo de 10 ecuatorianos que había ganado una beca para realizar una maestría.
La amistad entre ambos germinó, en buena medida, gracias a María Antonieta Palacios, quien era la más entusiasta.
Palacios, quien es especialista en Recursos Humanos y trabaja en la Corporación Nacional de Telecomunicaciones (CNT), desde 1998, evoca esos instantes. “Yo estaba al mediodía en el comedor universitario. De repente, le veo entrar a Washington con pinta de ecuatoriano. Luego de tomar su comida se acercó a mi mesa preguntando en un pésimo francés si podía sentarse y le contesté en español que sí, que era un gusto compartir con un compatriota”. “Cómo supiste que era ecuatoriano”, le inquirió Pesántez.
“Por el calentador que usas”, le respondió entre risas Palacios, quien luego le mostró donde quedaba la lavandería y otros lugares de la Universidad.
Pesántez llegó para estudiar Criminología. En su tiempo libre participaba en las amenas reuniones de los ecuatorianos escuchando música nacional y degustando la sabrosa fritada, preparada por Cecilia Carbonell, quien luego se casó en Bélgica. Sus amigos la recuerdan con afecto: falleció hace pocos años.
Algunos encuentros fueron en el pequeño estudio de Cecilia. Sentados en el piso, los alumnos compartían sus sueños. En ese ambiente de confraternidad y nostalgia Correa y Pesántez forjaron su amistad. Durante horas platicaban sobre política, economía… ensayando fórmulas para aliviar los problemas del país. “Nos preocupaba lo que pasaba en Ecuador y en el mundo”, confiesa Pesántez, quien a fines de ese año viajó a Alemania para atestiguar la caída del Muro de Berlín, con otros ecuatorianos.
La proximidad entre Correa y Pesántez no era una coincidencia. En realidad, tenían muchas cosas en común. Desde pequeños jugaban a ser políticos y sufrieron dolorosas pérdidas familiares; luego de graduarse trabajaron con indígenas; fueron dirigentes universitarios.
Hoy, 21 años después, ambos comparten otra afinidad: poder, mucho poder. Correa fue reelecto presidente de la República y Pesántez es fiscal nacional, desde noviembre 29 del 2007.
El titular del Ministerio Público puede investigar delitos de ministros, generales , incluso del Presidente… Sin su intervención ningún juicio penal prospera.
Bajo su mando, Pesántez tiene
1 994 subalternos (713 nombrados en su administración); creó 50 fiscalías que funcionan en 40 edificios adquiridos los dos últimos años. El 2007, la Fiscalía tenía cinco inmuebles. Sin el apoyo oficial eso no habría sido posible. Mientras al inicio de su gestión el presupuesto de la entidad fue de USD 42 millones, este año es de 105 millones.
Pero, para 33 asambleístas de Alianza País -liderado por Correa- esa influencia tiene un lado turbio. “Pesántez abusó de su poder y tejió una red de corrupción a todo nivel”, sostiene el legislador Virgilio Hernández, uno de sus más feroces críticos.
Paradójicamente, los asambleístas de País que hoy quieren su cabeza lo nombraron Fiscal.
El 29 de noviembre del 2007, recibió una llamada de la Secretaría de la Asamblea pidiéndole que viajara a Montecristi. Antes, habló con su esposa Aliz Borja y sus hijos Alejandra, María José y Juan Francisco. “Voy a ser Fiscal. No pasaré mucho tiempo con ustedes. Este es un cargo difícil”, revela la pediatra Borja.
Ocho meses atrás, Pesántez no tuvo la misma suerte. En febrero, el Congreso, dominado por Sociedad Patriótica y el Prian, opositores al Gobierno, no lo eligieron fiscal, aunque tenía el mejor puntaje (83,81 puntos sobre 100) de una terna escogida luego de un concurso público.
César Rodríguez, asambleísta del oficialismo en Montecristi, asegura que nadie cabildeó por Pesántez, ni sabían que era amigo de Correa. “Era público que ocupó el primer lugar en ese concurso. Fue un acto de justicia”. En cambio, su colega María Paula Romo dice que si hubieran conocido mejor a Pesántez, el destino sería otro. Ella también impulsa su censura, junto con Paco Velasco y Rosana Alvarado.
Las tentaciones políticas
Sobre el escritorio de Pesántez hay cinco celulares, una pila de papeles y una tasa con agua aromática. Dos de sus 10 asesores lo acompañan en su elegante despacho, en el norte de Quito.
Se ve irritable y preocupado. Pide insistentemente documentos a su secretaria para responder a las críticas en su contra.
Hoy parece lejana su fama de fiscal de hierro, que estuvo a punto de catapultarlo como candidato a la Presidencia. El 5 de febrero del 2009, un día antes del cierre de inscripciones para las elecciones, representantes de los abogados le pidieron una cita para convencerlo de que se postulara a la Presidencia. No lo lograron.
Días antes, delegados de los barrios del sur de Quito también le pidieron que se candidatizara, sin éxito. Pesántez estimaba que era inoportuno enfrentarse a su amigo de tantos años.
No fue fácil rechazar esas propuestas: sus inquietudes políticas afloraron en su niñez. En su casa imaginaba ser un diputado, repitiendo fogosos discursos.
Con parsimonia, el Fiscal se acomoda los lentes de marco dorado Cartier para recordar.
Se creía el dueño de la pelota y de la cancha en San José de Achupallas (Alausí-Chimborazo), donde nació hace 53 años. Vivía en una casa, en la esquina del parque, donde jugaba y
era el capitán del equipo escolar. En esa parroquia rural, a dos horas de Riobamba, era toda una aventura ir a Alausí para esperar la llegada del tren desde Guayaquil. Ansioso esperaba las noticias que traía El Universo de sus ídolos, los futbolistas de Barcelona Vicente Lecaro y el ‘chanfle’ Muñoz. Quería ser futbolista… Con los años se volvió liguista.
A los cinco años su vida tuvo un giro dramático. Perdió a su madre, la maestra Judith Muñoz. Con sus hermanos Norma, Lourdes y Wilson quedó al cuidado de su padre Arturo, un comerciante que vive en Riobamba.
Siguiendo el ejemplo de sus hermanas y su madre quiso ser profesor y fue a estudiar en el Colegio Belisario Quevedo de Pujilí, en Cotopaxi. Allí conoció a Víctor Vaca, un amigo de la familia. “Se pasaba leyendo libros, prefería estudiar antes que divertirse. Era callado, tímido”, comenta Vaca, que vive en Quito.
A los 19 años fue nombrado profesor unidocente en San Francisco, una comunidad indígena muy pobre de Guamote. Allí conoció a monseñor Leonidas Proaño, quien le despertó la inquietud por la Teología de la Liberación, que también marcó al presidente Correa.
Luego se mudó a Quito, donde trabajó como profesor del Colegio 24 de Mayo. Vivía en un cuarto humilde en La Marín.
Sus compañeros del plantel lo recuerdan como un implacable profesor de Matemáticas. Rosa Armendáriz, empleada del Colegio, cuenta que aparentaba ser mucho mayor a sus 23 años, por la ropa sombría que vestía. Además de dictar clases, estudiaba Derecho en la Universidad Católica. Se graduó con honores.
Su esposa cuida su pinta
Con los años, cambió esa imagen por la de un elegante ejecutivo. Hoy luce trajes impecables de casimir y finas camisas con mancuernas en las muñecas. En la izquierda lleva un reloj Giorgio Armani, que según uno de sus allegados es una imitación.
Su cónyuge le escoge los colores de los trajes y sus corbatas, que combina con llamativos pañuelos de seda. Sus ternos son cosidos por el sastre criollo Mario Narváez, que tiene su local en la calle Hermanos Pazmiño, a dos cuadras de la Asamblea.
Desde esta semana trabaja en una nueva prenda para el Fiscal. “Como cliente es meticuloso y exigente”, dice Narváez, quien le cobra USD 120 por cada traje.
Pesántez acude a Narváez desde hace 20 años, cuando empezaba su carrera de abogado y tenía su oficina en el edificio Cadena, a poca distancia de ahí. Al lado de la sastrería queda la tradicional Peluquería Londres, donde religiosamente se corta el cabello. Solo cuando su esposa lo convence acude a un ‘spa’.
Esa preocupación por la imagen que proyecta también está latente en la Fiscalía. En el 2008 y 2009 autorizó la contratación de dos estudios de imagen y evaluación de la gestión de la entidad (que costaron USD 27 000), por pedido del director de Comunicación, Marcelo Cevallos.
Quienes han trabajado con Pesántez aseguran que su ego afecta su trato con sus subalternos. A ratos pierde fácilmente la paciencia y se desborda. “Con sus enemigos es como un francotirador -dice un policía que lo conoce hace mucho tiempo- espera el momento adecuado para dar un tiro letal”. Pesántez ha anunciado que desnudará a los asambleístas que lo atacan.
Para el legislador Fausto Cobo, de Sociedad Patriótica, el juicio al Fiscal es un ‘show’. “Él no saldrá porque frenó todas las investigaciones contra el Gobierno”. Pero Pesántez aclara que por su gestión se iniciaron juicios contra el ex ministro del Deporte, Raúl Carrión, la ministra Caroline Chang y otros funcionarios.
No es la primera vez que el Fiscal es criticado por su cercanía con el Régimen. El 25 de septiembre del 2008, el Gobierno presentó el informe sobre el manejo irregular de la deuda externa. Pesántez acudió al acto y aplaudió los resultados.
En octubre del 2008, el Fiscal viajó a Noruega para participar como orador en el simposio internacional sobre la deuda ilegítima. Un mes después abrió una indagación e integró una comisión para investigar el manejo de la deuda ecuatoriana y llamó a declarar a varios ex presidentes.
Otro hecho que ha sido cuestionado fue su viaje con el presidente Correa a Lovaina, en noviembre pasado. Aunque fueron en el mismo avión, ambos acudieron para dar conferencias en la universidad por separado.
Los amigos esperaron 21 años para volver juntos a esas aulas, donde conocieron a sus esposas Aliz Borja y Anne Malherbe. Las dos familias tienen una buena relación. Sus hijos son compañeros en La Condamine.
Borja, que proviene de una acomodada familia de Riobamba, conoció a Rafael Correa y a su hermano Fabricio en su adolescencia. Los ‘monos de ojos claros’ viajaron a Riobamba para ver la obra Jesucristo Súper Estrella, en la cual Aliz y su hermana actuaban. Entonces, ellas congeniaron con Fabricio, aunque luego no lo volvieron a ver. “Yo soy amiga de Rafael”, dice la oncóloga.
En su consultorio del Hospital de Niños Baca Ortiz, Borja conserva en una carpeta una fotografía tomada en noviembre de 1989 en Bélgica. En el retrato aparecen Correa -con una camisa azul- Pesántez -con un saco rojo-, su esposa y el resto de becarios ecuatorianos.
Pese a los años, la amistad del grupo se ha mantenido intacta. Luego de regresar de Lovaina, han seguido reuniéndose, una o dos veces por año, para recordar los viejos tiempos. Entre los ex becarios también están Mario Albuja, quien diseñó el portal de Compras Públicas del Gobierno, y César Regalado, actual director de la Corporación Nacional de Telecomunicaciones.
El último encuentro fue en la casa del Fiscal, en el Pinar. El 5 de diciembre escucharon la variada colección musical de Pesántez, quien tiene cuatro rocolas de discos de acetato. En esa humorada estuvo el presidente Correa, aunque por poco tiempo. “Rafael sigue siendo el mismo, no ha cambiado”, dice Palacios.
La solidaridad de los ex becarios se evidenció en enero pasado, cuando apoyaron a la familia Pesántez, luego del accidente en el que murió Natalia Emme. Borja fue investigada y exculpada en ese caso, que desencadenó el juicio político contra el Fiscal.
“Yo, que le he cuidado hasta la raya del pantalón a mi esposo, ahora convertirme en la raya de su vida me está afectando”, revela Borja, quien aún no se ha podido recuperar del shock.