Evangelista Trujillo, un campesino pequeño de 73 años, llega cargando un saco de cacao.
fakeFCKRemoveSon las 09:00 de un domingo de junio. Trujillo baja de un bus de la cooperativa Kennedy que cubre la ruta San Simón-San Jacinto del Búa-Santo Domingo.
La Kennedy se estaciona en la miniterminal terrestre. Más campesinos llegan a este sitio.
El lugar es el punto de encuentro de los campesinos, quienes los fines de semana le dan un aire campestre al corazón de la ciudad tsáchila, que ayer festejó los 43 años de cantonización.
La miniterminal está rodeada de puestos de comida, telefo-nía y jaulas con gallinas. En los estacionamientos se ven rancheras y buses de colores rojo, verde y turquesa.
En los extremos de los asientos de las rancheras están grabados los nombres de las rutas. Por ejemplo, Santa María del Toachi, Julio Moreno, Puerto Limón, San Pablo de Chila, San Jacinto del Búa, El Bolo, El Recreo, La Reforma, Santa Rosa del Mulante y más de una decena de recintos.
Trujillo es de San Simón, un pueblito agrícola de San Jacinto del Búa. Apenas desembarca, Carlos Vivero, un ibarreño de 40 años, le ofrece su triciclo para llevar el saco. Llegan a una bodega, a 50 metros de la miniterminal.Lo pesa en la balanza y Eligio Castillo, propietario del negocio, toma una pepa. “Aún está fresca”, dice. Este orense de 49 años le paga USD 85 y no 115, porque la almendra está húmeda.
Trujillo toma el dinero sin regatear y lo guarda en la relojera del pantalón. “Hay que cuidar la plata, porque una vez los ladrones me bolsiquearon todito”.
El hombre se marcha a comprar los víveres para la semana. En la miniterminal está María Ocaña, una granjera bajita de 60 años. Carga sobre sus espaldas un costal de naranjas. Ella también llega de San Jacinto del Búa. Va a un restaurante y vende sus naranjas en USD 4.
“Qué más hay que hacer en esta pobreza, siquiera que me alcanza para comprar cebollitas”.
En otro restaurante, Virgilio Castro, un trabajador agrícola de tez trigueña y ojos claros, regatea el precio de seis racimos de verde que cultiva en el recinto La Reforma. Manuel Ruiz, el dueño del local, le dio USD 6. “Les compro aguacates, naranjas, piña, queso…”.
El comercio entre los dueños de los comedores y finqueros es común en esta parada interparroquial. Esas transacciones también se hacen en las calles adyacentes como la Oranzona, San Miguel y Loja. Unos 30 negocios compran cacao, café, pimienta, maracuyá, entre otros productos tropicales.
Otro grupo de finqueros es abordado por Efraín Cedeño, un manabita que lleva una camisa negra con rayas rojas y un sombrero vaquero. Él les compra gallinas criollas.
José Sánchez, un corpulento agricultor que vive en Puerto Limón, le vende cuatro gallos criollos en USD 36. Con este dinero planea llevar víveres para su familia.
Trujillo se dirige a un puesto de verduras en la calle San Miguel y la peatonal 3 de Julio, cerca a la miniterminal. Mientras camina se escucha el griterío de los comerciantes que venden chapas, cuchillos, candados, tijeras, billeteras, sandías y refrescos.
En la tienda de verduras, encarga el costal de yute.
“Ya regreso para llevar las compras”, le dice a la propietaria.
Trujillo camina por la calle 29 de Mayo, una de las dos avenidas principales de Santo Domingo. Va en busca de un jarabe y pastillas para el dolor de los huesos. “El jarabe natural me alivia las dolencias de la próstata, porque no quiero que me operen”.
Luego escucha la misa en la Catedral de la ciudad, frente al parque Zaracay. Muchos campesinos están en el templo.
La ceremonia termina y algunos finqueros van a sus viviendas que tienen en la ciudad. O visitan a sus hijos y nietos.
Trujillo debe regresar a su recinto. Pero antes pasa por un almacén de fertilizantes. “Me van a prestar un bomba y necesito comprar químicos para eliminar el monte”.
Es mediodía y el sol sofoca. Mientras camina recuerda que llegó a Santo Domingo en 1957. “No hacía tanto calor, el clima era más templado”.
Antes de arribar a la terminal, compra papas, tomate riñón, cebolla blanca, sal, azúcar, arroz, jabón y aceite. Gastó alrededor de USD 30. “No compro nada más porque en mi finca, de 30 hectáreas, tengo de todo: yuca, verde, gallinas, papaya, naranjas, piña, huevos, leche y queso”.
El bus está por salir y adquiere su boleto de regreso en USD 1,50 en la cooperativa de transportes Kennedy.
El hombre coloca sus compras sobre el techo y en la parte posterior de los buses y las rancheras.
María Ocaña, Virgilio Castro y José Sánchez también compran los boletos para volver a sus recintos, a una hora de la ciudad tsáchila, que vuelve a su rutina cotidiana.