Los acosos sexuales en el lugar de trabajo no se denuncian. El caso Weinstein evidenció que es una práctica generalizada. Foto: EL COMERCIO
Tal vez había que poner en evidencia a un magnate como Harvey Weinstein para que el acoso sexual en el mundo laboral adquiriera la relevancia que realmente merece.
Weinstein, acusado de acoso y abuso sexual a lo largo de décadas, era el símbolo del poder en Hollywood. Muchos conocían de sus abusos pero prefirieron callar por complicidad, por miedo a represalias, por temor a perder su empleo o simplemente porque al hablar quedaban fuera del círculo de beneficiarios de los millones de dólares que se distribuyen cuando se produce una película en Hollywood.
Entre quienes guardaron silencio están las propias víctimas, cuyos testimonios se hicieron públicos a inicios de este mes en The New York Times y la revista New Yorker.
Ellas llevaron años preguntándose por qué no fueron capaces de levantar la voz para frenar los abusos. Y en estos días van descubriendo las respuestas. “Yo guardé silencio durante 20 años.
Me llamaron puta, me avergonzaron, me acosaron, me calumniaron”, dijo Rose McGowan, una de las primeras actrices en acusar a Weinstein. Ella participó el viernes pasado en una Convención de la Mujer celebrada en Detroit, Estados Unidos, donde reveló que había firmado en 1997 un acuerdo de confidencialidad con Weinstein por USD 100 000, para no hablar.
En muchas ocasiones la simple amenaza de “si hablas destruyo tu carrera” fue suficiente para acallar a las mujeres, pero en otros fue necesaria una compensación financiera y un acuerdo de confidencialidad para garantizar el silencio, escribió esta semana Veronique Dupont, de la agencia AFP.
Zelda Perkins, otra víctima, recordó la presión psicológica que sufrió por parte de los abogados de Weinstein para que firmara el documento. “Todo mi mundo se vino abajo porque pensaba que la ley era para los que vivían apegados a ella. Descubrí que no tiene nada que ver con lo bueno y lo malo, sino con dinero y poder”.
Este mes, el caso Weinstein evidenció que el abuso sexual en el trabajo no es exclusivo de la industria del entretenimiento. Escándalos parecidos comenzaron a aparecer en círculos de la moda, las finanzas, la política, los medios, la gastronomía, la música, etc.
Varias empresas comenzaron a despedir a hombres poderosos acusados de acoso sexual, antes que los problemas adquieran mayores proporciones. El grupo Conde Nast, que edita revistas como Vogue, Vanity Fair y Glamour, despidió esta semana a Terry Richardson, un fotógrafo conocido por sus imágenes sexualmente explícitas.
A pesar de haber recibido denuncias durante años, la compañía solo actuó luego de que un diario británico indicó que Richardson era el Harvey Weinstein de la moda.
Asimismo, Fidelity Investments, una de las mayores firmas de finanzas del mundo, despidió a dos altos ejecutivos tras denuncias de acoso, incluido el director de un fondo que manejaba USD 16 000 millones. Esto fue posible, sin embargo, gracias a la participación de la presidenta de la empresa, Abigail Johnson, la más poderosa en el mundo de las finanzas en Estados Unidos.
Otro escándalo lo protagonizó el chef John Besh, quien luego de atender a líderes mundiales y aparecer en la televisión estadounidense, esta semana se apartó de su empresa luego de que 25 mujeres alegaran que el acoso sexual era moneda corriente en sus restaurantes. Su caída se precipitó tras una publicación del Times-Picayune, en la cual las mujeres denunciaron manoseos no deseados por parte de colegas hombres y supervisores, comentarios inapropiados e intentos de usar posiciones de poder para presionar a mujeres a tener sexo con ellos.
Asimismo, el rockero Marilyn Manson se unió al club al anunciar el martes pasado que había decidido “despedirse” del miembro de su banda Jeordie White, acusado de violación por su exnovia.
Y el expresidente estadounidense George H.W. Bush, pidió esta semana disculpas luego de que una actriz lo acusó de toqueteos hace cuatro años.
Las historias sobre acoso sexual inundaron las redes sociales cuando la actriz Alyssa Milano invitó hace dos semanas a mujeres de todo el mundo a denunciar casos de abuso y acoso machista en Twitter, bajo la etiqueta #Me too (yo también), un movimiento que nació hace una década y en el que muchas personas encuentran hoy valor para hablar.
En todas las historias, sin embargo, hay patrones que se repiten. Una publicación de la revista The Economist evidenció tres elementos clave: poder mal utilizado por hombres depredadores; impunidad, ya que aquellos que pueden sancionar no lo hacen; y silencio, sea por parte de los testigos que miran hacia otro lado o de las víctimas que temen dañar sus carreras si hablan.
El temor a hablar parece justificado cuando no se ven opciones de solución a la vista. Según The Economist, la mayoría de los países ricos prohíbe el acoso sexual en el trabajo. Pese a eso la mitad de las mujeres y una décima parte de los hombres dicen que lo han sufrido en algún momento, aunque casi ninguno presenta quejas formales. En los países pobres, la tasa es seguramente más alta, ya que las mujeres cuyos hijos tienen hambre no pueden abandonar un trabajo aunque tengan un jefe abusivo.
Y además, en muchos casos las mujeres ni siquiera tienen claro si una situación molesta en el trabajo puede ser considerada acoso sexual.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) define el acoso sexual como un comportamiento de carácter desagradable y ofensivo para la persona que lo sufre. Y para que se trate de acoso sexual se necesita de ambos aspectos: desagradable y ofensivo.
Probar el acoso sexual puede ser una tarea harto compleja, pues algunas formas de acoso pueden transmitirse como simples “bromas” o ser “bastante sutiles”. Y mientras tanto, las mujeres que denuncian pueden ser criticadas por no aceptar una broma o ser narcisistas, dijo la especialista Fiona Vera Gray al diario Telegraph.
Y estos casos son los que se repiten a diario en las oficinas, donde siempre hay un Weinstein, un Richardson o un Besh. Ellos podrán mantenerse siempre que se permita el abuso del poder y la impunidad. Y que las víctimas decidan callar.