El Centro Opción de Vida (Covi) está en la av. De los Shyris y pasaje Rumipamba, en el interior del parque La Carolina. Foto: Jenny Navarro/ El Comercio
Lisandro Ortiz, de 22 años, coloca las sillas sobre una mesa larga. Toma la escoba y empieza a barrer debajo. Mientras lo hace intenta imaginar qué habría sido de él sin el Centro Opción de Vida (Covi), que funciona en La Carolina.
Allá llegó como otros chicos que se ganaban unos dólares en la calle, hace 10 años, enganchado por la sopita caliente, la ducha y la ropa limpia. Luego por las oportunidades de cambiar su historia, tener un hogar, estudiar y viajar.
De niño imaginaba que se convertiría en narco para tener tanto dinero como quien le proponía pasar droga de una calle a otra de Quito. Dormía en la entrada de un edificio de la av. Naciones Unidas y en el avión de La Carolina. Salió de su casa para evitar más maltratos de su padrastro.
Vendía caramelos en los buses y hacía malabares en las vías. Cuando sentía que la gente no lo apoyaba, con sus amigos, asaltaba a transeúntes.
En este mes en que se conmemora el Día del Niño vale recordar que según la Encuesta Sobre Trabajo Infantil, del Instituto Nacional de Estadística y Censos, publicada en el 2013, se registró una reducción: del 16% al 8,56% del 2006 al 2013.
Las provincias con mayor presencia de niños trabajadores, por cantidad, son Guayas y Pichincha. Aunque las de mayor prevalencia respecto de la población son Cotopaxi y Tungurahua, según Grace Vásquez, del Centro de Desarrollo y Autogestión (D y A).
Esta ONG desarrolló el programa de erradicación del trabajo infantil en los botaderos de basura del país, en una campaña que lideró el Gobierno central, en el 2008.
Con esa experiencia, afirma Vásquez, que en Quito sí ha disminuido la problemática en cuanto a “peores formas” de trabajo. Hace 10 años había 350 niños en la quebrada de Poroto Huaico, exbotadero de Zámbiza. Ahora se ve a niños que con sus familias hacen reciclaje en bolsas de basura en las calles.
Otros son vendedores ambulantes, se los ve desde la av. Patria, por el hipercentro y Bicentenario; en el Centro hay lustrabotas; también en los mercados y sus alrededores. En el sur persiste la mano de obra infantil en ladrilleras.
Desgraciadamente, dice Vásquez, estas actividades se mantienen porque hay consumidores que hacen que sean lucrativas; creen que ayudan a los chicos al comprarles un caramelo. Pero los encierran en un círculo de pobreza porque en la adolescencia dejan los estudios y así será más difícil que cambien su situación.
Para Philip Douce, la dinámica de chicos de la calle ha cambiando en Quito. Él es el director de Casa Gabriel, en la Barón de Carondelet y Veracruz, en el norte.
No es un albergue, es un lugar en donde se les ofrece un sitio para dormir, alimento, refuerzo educativo para que acudan a planteles. Y se les enseña valores para que un día sean los padres que no tuvieron. Ahí vivió Lisandro hasta los 20. Antes iba unas horas a Covi, adonde aún llega para ayudar.
En Covi ya no les dan la sopita en las noches, ahora los reciben en la mañana y tarde, según la jornada escolar; tienen un refrigerio y el almuerzo; les ayudan en las tareas. Tamara Gross, la directora, envió a Casa Gabriel a Lisandro. Allí encontró el modelo de una familia. Vivía con amigos de la calle, conoció de reglas, de relax con un PlayStation, tele…
El norteamericano Douce apunta que hasta hace 13 años había muchos chicos en las calles. Los veía cuando recorrían La Carolina en la noche. Hoy se encuentra con adolescentes que hacen malabares, pero de otros países. Quizá porque hay oferta pública de centros infantiles del buen vivir y educación.
Pero en las madrugadas, en La Mariscal, aún se halla a chicos que trabajan o acompañan a sus padres, que afirman que “con ellos venden más”. Hay unos 300, según temporadas.
Alfonso Zhingre los aborda junto a Henry Pilco, de 24, quien vendió caramelos desde los 5 hasta los 13. Ambos les hablan a los chicos y a sus padres sobre Guagua Quinde, centro municipal de acogida nocturna para niños de 6 meses a 10 años.
Para Judith Morejón, coordinadora, es un sitio seguro, para restituir el derecho al cuidado, a tener un sueño protegido y a evitar los riesgos de la calle.
Este centro es parte del Proyecto Ciudad, un intento por articular esfuerzos de organizaciones. Se reúnen en la Administración La Mariscal desde julio del 2014. Buscan moverse en red y evitar duplicar acciones. En él se juntan Covi de Fundación Batán, Proyecto Salesiano Chicos de la Calle, D y A y el Municipio.
Además hay personas como Carlos Utermöhlen, quien desde el 2010 desarrolla en Ecuador el Programa Rapflektion. Han participado 70 chicos, 40 en Quito y de esos se mantienen 25. A través del rap busca que los chicos reflexionen sobre su vida en la calle en melodías y compartan experiencias.
Uno de sus ‘pupilos’ es Lisandro Ortiz. En mayo regresó de un viaje a Alemania, en donde dio testimonios y conciertos. Hoy hace terapia musical en centros de adolescentes infractores, también en Casa Gabriel. Quiere terminar el bachillerato y ser el mejor padre para su hija Analía Valentina, de 9 meses.