A Christian Salazar le gusta hojear revistas y periódicos. Las fotos a colores le atraen y le divierten. Su madre, Martha Cortés, le explica lo que hay en cada foto. El joven de 26 años sonríe y acaricia el rostro de su progenitora.
Por sus gestos Martha dice que está alegre. Cuenta que este es uno de los pasatiempos donde Christian, quien sufre de retardo mental, aprende. La casa de esta familia está ubicada en el barrio Yanayacu, a 3 kilómetros de Salcedo (Cotopaxi). Se llega por una vía asfaltada y estrecha.La vivienda de dos plantas con paredes de ladrillo, madera y teja está entre cultivos de maíz, papas y fréjol. Martha, de cabellos sueltos, cuenta que a los 6 años que nació su hijo su esposo Rómulo Salazar los abandonó. Desde entonces, ella enfrenta la enfermedad de su vástago. Su madre Mariana Tello le ayuda.
“Hay que atenderlo todo el día, porque en ocasiones se escapa de la casa”. Pero en 26 años ya saben cómo ayudarlo. “Es duro resignarse, pero es una bendición”, dice mientras con un pañuelo blanco limpia sus labios.
El año pasado, los médicos de la Campaña Manuela Espejo la visitaron. Así consiguió algunos implementos para que Christian pudiera bañarse. También la Federación Nacional de Discapacidad Física le entregó una silla de ruedas.
El miércoles pasado, Martha recibió USD 240 del bono del programa Joaquín Gallegos Lara. “Ahora voy a dedicarme a mi hijo. Ya no tendré que salir a trabajar”, dice sonriendo.
Siguiendo la vía serpenteante se llega al barrio San Antonio 1 de Salcedo. Allí está la casa de José Yupangui, de 67 años. Su modesta vivienda está ingresando por un pasaje de tierra. Es de bloque revestido y techo de zinc y hay un estrecho corredor.
Sus ojos están enrojecidos, comenta que es por la mala noche. Ayer se levantó a las 00:00 para preparar la harina con la que elabora 600 panes que vende en las tiendas vecinas a USD 0,08.
Los USD 180 que gana al mes no le alcanzan para los medicamentos de su esposa. Ella fue diagnosticada con Parkinson.
José termina sus labores a las 08:30. Luego atiende a su esposa que no puede moverse, la viste. Ella permanece sentada en una silla de ruedas que en febrero le entregaron los técnicos de la Misión Manuela Espejo.
En un cuarto amplio hay cinco sillas, una butaca y varios cartones apilados. En el estrecho patio está el horno de leña donde José dora el pan. Él lo construyó hace 30 años.
Su esposa María Veintimilla escucha e intenta alzar su mano izquierda pero no lo logra. Sollozando quiere hablar, pero José pide que se tranquilice.
El pasado miércoles, fue al Banco Nacional de Fomento en Latacunga para cobrar el bono. “Es bueno porque ahora sí podré financiar las medicinas y pañales. También mejorará la alimentación y pagaré los USD 500 que debo”.
En el barrio El Calvario de la parroquia La Victoria (Pujilí), habitada por 400 familias dedicadas a fabricar floreros, vasijas y tejas de barro vive Rolando Calapaqui, de 22 años. Su padre lo abandonó a los 2 porque sufre retardo mental, dice su madre María Suárez.
Ella se encarga de cuidarlo. Antes esta mujer de 45 años trabajaba como empleada doméstica. El sueldo de USD 100 no bastaba para los gastos de la casa. Por eso, renunció.
Ahora vende chochos con tostado. Cada fundita cuesta USD 0,50. “Me gano USD 12 cada semana. Con eso compro las pastillas para que mi hijo pueda estar tranquilo y duerma”.
El terremoto de 1996 desplomó su casa de adobe. El Gobierno le entregó una nueva y de cemento. A pesar que la misión Espejo llegó a su casa, no le tomaron en cuenta para el bono Gallegos Lara, aunque cobra el solidario de USD 35. “Pido al Vicepresidente de la República que me ayude. No puedo pagarle, pero Dios le bendecirá”.
La inversión
El Estado invertirá en el programa USD 40 millones, distribuidos en USD 770 por persona cada año.
También se dará asistencia en salud, alimentación y atención, aparte de la entrega de medicinas.
Mediante un sistema satelital, la Vicepresidencia tiene ubicado el domicilio de cada beneficiario.