No tan de repente el fútbol es el espejo del mundo. No es solo que cualquier actividad humana se mida, hasta mediados de julio, desde la longitud de la cancha, también es el deporte según la lógica del espectáculo y la pasión como objeto de mercado.
Entre los intereses de la ‘realpolitik’ y el sentimentalismo de saberse ‘O Rei’ del balón, Brasil es la sede y el estudio donde se producen las ilusiones multiplicadas por las pantallas -planas, según dicta la tendencia- a escala global. Pero el show relega lo que de pureza tiene el deporte y lo que de euforia tiene la hinchada a una competencia de marcas e ideas, cada cual con una publicidad más emotiva o vertiginosa que la otra.
Así, la participación del seleccionado ecuatoriano ha hecho que la propaganda y la publicidad se vistan con los colores de la Tri. La fraternidad y el valor del esfuerzo son los motivos que se explotan desde el ángulo de las emociones: el esfuerzo del otro que mantiene al poder cómodo en su sitio; la fraternidad que se sostiene en una base de sonrisas televisadas.
Desde su púlpito, los comentaristas -periodistas, políticos, exglorias- se expresan técnicos o líricos. Suman para ofrecer una experiencia de cercanía, con cámaras que invaden el campo en una puesta televisiva que asume las formas del videojuego y el 3D, para generar la idea de que es usted quien conduce el destino de la Brazuca desde el sedentarismo en su sofá.
Mas, paralela a la sed de entretenimiento y al ansia de protagonismo, la movilización ciudadana sigue haciendo de las redes sociales una plataforma no orgánica de activismo. Ella disfruta del ‘jogo bonito’ en la cancha y dispara un pensamiento crítico sobre lo que sucede en las calles.
La alegría del hincha es amplia y el grito de gol resuena -que así sea-, pero que el pensamiento no se ofusque: también es cuestión de abrir los ojos, interpretar el discurso tras el fanatismo, descubrir el mensaje tras la pasión… la posibilidad virtual de victoria carga otra real de derrota.