Tierra heredada se convirtió en reserva

BOLÍVAR VELASCO/ EL COMERCIO   Catalina Aguavil, su hija Shirley y su esposo Telmo Aguavil preservan un bosque tsáchila.

BOLÍVAR VELASCO/ EL COMERCIO Catalina Aguavil, su hija Shirley y su esposo Telmo Aguavil preservan un bosque tsáchila.

Catalina Aguavil, su hija Shirley y su esposo Telmo Aguavil preservan un bosque tsáchila. Foto: Bolívar Velasco / EL COMERCIO 

El uso que los tsáchilas les dan a sus tierras ancestrales se concentra en la agricultura y la infraestructura.

Lo primero representa el 60%, mientras que el 40% es para la construcción de viviendas, chozas, cabañas y otros espacios para las celebraciones de ceremonias.

Por un principio de sus costumbres, las familias de esta nacionalidad de Santo Domingo de los Tsáchilas deben conservar media hectárea para la siembra de plantas medicinales que utilizan en sus rituales.

Según la Gobernación Tsáchila, este es un mandato simbólico que, sin embargo, no todos ponen en práctica.

Pero la familia Aguavil- Aguavil, fiel a ese precepto impuesto por sus antepasados, lleva 30 años conservando 28 hectáreas de tierras dentro de las cuales hay dos con alrededor de 2 000 plantas tradicionales y en peligro de extinción.

Frente a los otros miembros de la comuna El Cóngoma, ellos son un caso ejemplar y reconocido por el Cabildo de ese territorio, ubicado a 45 minutos de la ciudad.

Catalina Aguavil, quien heredó esas tierras de su padre Samuel, confiesa que decidió dejar las dos hectáreas como sitio intangible en agradecimiento a ese gesto.

También lo hizo para que en toda su etnia algún día se pueda hablar de que una familia luchó para mantener un sitio de hábitat natural de especies forestales y faunísticas.

Aguavil corrió con una suerte distinta a las de otras mujeres tsáchilas que antiguamente no se beneficiaban de tierras como sí sucedía con los hombres que hasta en la actualidad son prioridad en la repartición de los bienes familiares.

Pero Samuel Aguavil, su padre, hizo una excepción y eludiendo a las críticas decretó que la parcela debía ser de su hija Catalina, que hace 30 años ya había anunciado un compromiso con Telmo Aguavil.

Él -quien había heredado un predio- estuvo de acuerdo cuando su esposa le propuso la idea de conservar la tierra.

De esa forma no siguió la práctica de otros comuneros que acostumbraban a talar las plantas existentes y emprendían en la siembra de cacao, piña, plátano...

En las dos hectáreas conservadas mantienen especies que muy poco se encuentran en otros bosques y que están en peligro de extinción.

A lo largo de un improvisado sendero con pendientes elevadas es fácil encontrar el árbol que ellos llaman sandi.

Del tronco de este vierte una sustancia blanca que para los tsáchilas es como una leche natural, ideal para cuidar el hígado, combatir los males de los tumores y hasta quemaduras.

Eso lo cuenta Telmo Aguavil mientras recoge la leche con una cuchara que enseguida lleva hasta su boca.

El exgobernador Tsáchila Héctor Aguavil cuenta que en la nacionalidad se busca crear conciencia para que todos sigan el ejemplo de los Aguavil.

En el reciente reglamento para la práctica de la medicina tradicional tsáchila, puesto en vigencia en agosto, se establece la obligatoriedad de “mantener dos hectáreas como reserva para la siembra de plantas medicinales y espacio de prácticas ancestrales”.

Aguavil, quien fue el proponente de esta normativa, asegura que el objetivo del artículo 9, literal J, es que los 1 200 integrantes de la etnia destinen más espacios para la conservación de las plantas.

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