Erik García vivió el terremoto mar adentro y 10 días después retoma las faenas de pesca en Pedernales

Pescadores de Pedernales cuentan como vivieron el sismo

Pescadores de Pedernales cuentan como vivieron el sismo

Cuando el terremoto azotó Pedernales, Erik García se encontraba en sus labores de pesca, a casi cinco kilómetros de la Costa. Estaba oscuro, así que lo único que pudo ver fueron las luces de la ciudad tambaleándose. El bote se movía de un lado a otro y temía que pudiese volcarse. "Lo que recomiendan cuando hay un terremoto es que te vayas mar adentro, pero ese rato yo solo pensaba en mi familia", asegura.

Erik recogió su red de pesca, sin siquiera seleccionar los camarones que había sacado, y partió hacia tierra a una velocidad que sobrepasa por tres veces a la que normalmente usa. Mientras llegaba al Malecón, lograba percibir los gritos y llantos eufóricos de la gente, sus vecinos. Veía cadáveres y gente agonizando con heridas graves.

Se apresuró de inmediato hasta su casa, en una de las lomas del poblado. Al llegar a su hogar, vio que no estaba como la había dejado un par de horas atrás. Las paredes estaban caídas y, pese a que su casa no había sido reducida a escombros, sí había quedado inservible. Logró encontrar a su pareja, quien está embarazada de ocho meses, en buen estado aunque en shock.

Ahora, ella se encuentra en San Clemente viviendo con los padres de Erik, pero él debe seguir trabajando, así que duerme bajo un toldo afuera de su casa. El inmueble era arrendado, pero perdió todas sus cosas.

Hoy, con la pronta venida del bebé, debe preocuparse de volver a establecer su vida y de pagar una deuda de más de USD 4 000 por la compra del motor de su lancha. Él espera que le den facilidades para, primero, lograr recuperar las cosas básicas que necesita una familia y, después, terminar de pagar el motor.

Mientras coloca una red de un kilómetro de largo sobre el mar sobre un punto localizado con GPS, Erik cuenta que pesca desde que tiene 12 años. Su padre era también pescador y le enseñó todo lo que sabe ahora: el comportamiento de las mareas, la ubicación geográfica de ciertos tipos de peces o mariscos, la navegación, entre otras cosas.

Erik estudió Ingeniería Química en Manta por seis semestres. Pero su novia en ese entonces quedó embarazada de su primer hijo, que tiene ahora siete años, y él tuvo que dejar sus estudios para dar sustento a su familia. "La vida es dura", asegura, "pero es hermosa".

Después de alrededor de una hora, la red está lista para ser sacada del agua. Erik comienza la labor, mientras comenta que cuando los días son buenos, puede sacar un quintal y medio de camarón, que vende a clientes de Guayaquil a USD 6 la libra.

Pero en la red no solo caen camarones, sino una infinidad de especies marinas, como medusas, rayas, calamares y muchos pescados. Erik toma algunos de los pescados para el consumo de su familia y el resto lo regala a la gente del poblado, quienes lo necesitan ahora más que nunca.

El sol comienza a caer suavemente sobre el mar en el horizonte. La ciudad, que se ve a lo lejos, comienza a prender sus luces, pese a que todavía existen tramos que no cuentan con electricidad. Por un momento, pareciera que no es una localidad que en su mayor parte está devastada.

Mientras tanto, Erik cuenta que hace mucho tiempo que no pisa una iglesia. La religión establecida lo decepciona un poco, pero asegura creer en un ser supremo y ser "un hombre de muchísima fe". Agrega que "sólo Dios puede saber el momento en que vas a morir. Nada está escrito".

Ya está totalmente oscuro y Erik baja de la lancha y comienza a arrastrarla para estacionarla en la playa. Por lo menos diez personas se acercan a ayudarlo y a ver qué es lo que ha traído. La pesca, aunque no fue excelente, fue bastante buena y también consiguió mucho pescado que puede regalar, dice Erik.

Regresará a su refugio temporal en las afueras de su casa para, al día siguiente, volver a salir de pesca. En un par de días, podrá ir a visitar a su pareja y sus padres en San Clemente.

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