De poder haber visto al Slash del 88 u 89, en cualquiera de sus giras con la alineación original de Guns N’ Roses, el espectador que asistió la noche de ayer, miércoles 11 de marzo del 2015, seguramente llegará a la conclusión de que el mejor Slash tocó en el Ágora de la Casa de la Cultura.
Todas las tuercas parecían aceitadas en este evento, desde la organización hasta el último acorde que dejó sonar la Gibson del icónico guitarrista. En cuanto a lo primero, el evento fue tan puntual como una cita alemana y, pese a la requisa ‘quitazapatos‘, se mantuvo un ingreso ordenado gracias a un público culto.
A las 20:00 saltó a escena Lachard, acto local de apertura que tuvo una presentación, a punto, pero algo tibia. Sus mayores luces vinieron desde la voz femenina, la guitarra y la batería, estos dos últimos, más que por sonido por actitud. Además, la decisión de tocar tres cóvers en un set de treinta minutos pudo ser entendida como un símil de la tímida actuación. Cabe decir que en la escena del rock ya no es tan bien visto tocar versiones como hace 30 años.
La salida de Slash junto a Myles Kennedy And The Conspirators a la hora pactada, no hizo más que reforzar la buena imagen del de sombrero y gafas en detrimento de Axl Rose, su ex compañero en Guns N’ Roses quien en Quito -y en toda presentación que da- tiene retrasos que superan las dos y tres horas.
El resto fue musicalidad excelesa. Desde You Are a Lie, Avalon o Anastasia o los infaltables covers de Sweet Child O’ Mine o Slither de sus ex bandas (Guns y Velvet Revolver, respectivamente), Slash demostró estar en el mejor momento de sus facultades técnicas e interpretativas.
Claro, ese control y dominio de su instrumento tuvo el respaldo gigante de The Conspirators liderados por el vocalista Myles Kennedy. En este evento, el seguidor de Guns N’ Roses no solo pudo ver al guitarrista de sus posters de adolescente. También se topó con un par de pulmones superiores al intérprete original. De hecho dos pares, porque no solo Kennedy fue implacable en vivo. El bajista Todd Kerns lideró con éxito las complicadas notas agudas de las melodías vocales de Doctor Alibi y la clásica Welcome To The Jungle.
El público era variopinto. En vip se notaba el mayor contraste aunque la tónica era similar en las tres localidades. Estaban los descamisados fanáticos acérrimos del guitarrista que cantaban todas las canciones y que llevaron banderas ecuatorianas -un par terminaron eventualmente decorando el escenario-.
También estaban los que querían emocionarse y sus pares no les ‘acolitaban’, algo que no pasaba con los padres de familia que acudieron con sus hijos. Una niña en hombros de su padre, por ejemplo, se robó el corazón de Kerns que la alentó todo el concierto debido a que ella le mostró de principio a fin sus manitos en forma de cuernos bajo la complicidad de su orgulloso progenitor.
Estaban las parejas, los chicos bien que les daba pereza subir los brazos o que ponían cara de disgusto ante el febril contoneo de los descamisados. Se sumaban los que solo se emocionaron con Sweet Child O’ Mine, los grabaconciertos -ahora con palo de ‘selfie‘ incluido- y uno que otro adulto mayor que le hacía al cabeceo.
Todos fueron partícipes de la comunión de una banda orgánica; con más corazón que fanfarroneo. Las palabras hacia el público solo fueron las necesarias y fue mejor así. Hubo más música. Tras dos horas de hard rock elegante y una salida falsa, Slash y su banda se despidieron de un Quito, a veces frío, otras más enérgico, pero que al final se mostró agradecido con el espectáculo y el carisma de los músicos.
Al final, todos ellos se volcaron a las primeras filas a regalar vitelas o baquetas. Kennedy fue más allá en la parte instrumental de Paradise City y se dio el trabajo de estrechar manos y firmar un par de afortunados autógrafos.
Ahora bien, ¿por qué se inició este artículo con el comentario de que se ha visto al mejor Slash, más allá de la nostalgia? Porque en líneas generales tiene una mejor banda, toca mucho más sólido que en sus días erráticos antes de dejar la bebida y puede lucir facultades que antes no tenían cabida.
A mitad del concierto,por ejemplo, el guitarrista regaló un sentido y dinámico solo que obligó al aplauso de los entendidos -y al asiento y revisión de chat de los desubicados-.
Este concierto casi llena el Ágora. Axl Rose con su nuevo Guns N’ Roses hizo lo propio pero en medio Estadio Atahualpa. Una muestra más de que no siempre lo más popular tiene mejor calidad.