El balneario shuar ofrece terapias y masajes con barro del lugar para los visitantes. Foto: EL COMERCIO
Sumergirse en una piscina a 40°C, en una mañana calurosa de invierno, puede parecer un reto. Hay quienes saltan como danzantes con solo meter un pie. Pero es cuestión de confianza, de concentración.
No es cualquier agua; son fuentes termales, medicinales, con un ligero componente de azufre. Corren por las estribaciones de la cordillera Molleturo, en la parte alta del cantón Naranjal, un paisaje que parece arrancado de la Amazonía y trasladado al Litoral.
El Centro Shuar Tsuer Entsa (significa aguas calientes) es un territorio ancestral. Está ubicado a 8 kilómetros de la vía Panamericana, pasando el cantón Naranjal (Guayas), a una hora y media de Guayaquil. Y cada vez conquista a más visitantes.
“Es relajante”, es lo poco que alcanza a decir Miriam Belduma tras salir del agua cálida. Las cuatro piscinas forman escalones naturales que surgen de las entrañas del bosque húmedo tropical. Los manantiales surcan naturalmente entre las cabañas de caña guadúa y techos tejidos con hojas de bijao, típicas de la comunidad.
Cómo los shuar llegaron a la Costa es un relato con aires de misticismo. En el inicio de la era republicana, allá por 1830, Yakum, jefe de una comarca pacífica, y sus dos hijos, Nase y Etsa, se alejaron de sus tierras -hoy, provincia de Morona Santiago-. Lo hicieron por una revelación del dios Arutam, quien les mostró su futuro y poderío en otras regiones. Así que atravesaron la cordillera de los Andes y llegaron hasta el majestuoso río Guayas.
Su descendencia prevaleció a lo largo de 70 años, tomando dominio de bosques y ríos, conservando sus plantas medicinales y rituales sagrados junto a las cascadas que encontraron en cantones guayasenses como Bucay y Naranjito.
Quienes permanecen en Naranjal tienen más de 45 años de historia. Son 110 descendientes de los valientes shuar, expertos en caza y pesca, guardianes de una sabiduría ancestral.
Fabián Vásquez nació en este rincón del Guayas, pero por su sangre corre la herencia shuar de su madre, de quien aprendió las técnicas para las limpias y para ahuyentar las malas energías. Bajo una de las cabañas, ofrece masajes con lodo para aliviar las dolencias del cuerpo y del espíritu.
El trabajo de sus ‘manos milagrosas’ -un apodo de toda su familia– empieza con una sesión de hidromasaje, bajo chorros de agua caliente que revientan por pequeñas tuberías. Luego aplica técnicas de quiropraxia y, finalmente, cubre a sus clientes con el lodo grisáceo que extraen de lo alto.
“Buscamos el barro arriba, en estas montañas que son vírgenes -cuenta Vásquez-. Escarbamos un metro y lo sacamos. El lodo tiene hierro cobre y azufre; todos esos minerales los absorbe el cuerpo y ayudan a sanar, a que se vaya el estrés”.
La tierra negruzca se secó lentamente sobre la piel de María José Zurita. Ella acostumbra salir de la rutina de la ciudad para buscar refugio en esta tranquila y silenciosa comunidad. “Es desestresante. Cuando el lodo se diluye es como librarse de un peso”.
Ese mismo barro se resquebraja en las manos experimentadas de Rosalía Kitiar, otra custodia de la costumbre shuar. Su madre y sus hermanas son reconocidas por los baños de florecimiento y de lodo. Su familia conserva a uno de los 10 ancianos que aún imparten esa sabiduría en estas tierras.
Rosa, la abuela de Samuel Salazar, es otra de ellos. Su nieto es ahora el presidente de la comunidad y cuenta que en grupo luchan por mantener vivas sus raíces. Por eso cada fin de semana se atavían con el itip, faldones de lienzo con rayas verticales; y coronas de plumas. Así se pasean entre quienes los visitan, orgullosos por transmitir su cultura.
Sus cánticos, al son de tambores y flautines, se oyen cada domingo y evocan elementos de la naturaleza. “Hay un canto a la chonta que usamos para hacer la chicha. Y un canto al armadillo”.
Sobre el fogón humeante de Lina Anguasha reposa un armadillo. Su fuerte caparazón no fue escudo suficiente para frenar a su cazador. Ocasionalmente, los shuar de Naranjal capturan armadillos, saínos o cerdos salvajes, guantas…
“Los preparamos al horno o en secos”, dice la joven mientras asa unos maduros. Probar un bocado de armadillo puede ser un reto aún mayor que entrar en las piscinas termales. Anguasha dice que su sabor es similar al pollo, pero también ofrece tilapias asadas para los paladares tradicionales.