Los estudiantes de la Universidad San Francisco de Quito aprenden fotografía analógica. Foto: Jenny Navarro/EL COMERCIO
Cada día, los servidores de Facebook reciben 350 millones de fotografías para alimentar los perfiles de los 1 150 millones de usuarios activos que utilizan esta red. Una cifra que mantiene a flote el negocio de esta red, que en 11 años de funcionamiento ha desplazado progresivamente a empresas como Kodak, cuyos principales beneficiarios eran quienes intentaban inmortalizar sus mejores momentos a través de imágenes impresas en un pedazo de papel.
En la actualidad, plataformas como Facebook, Instagram o Pinterest se han convertido en las favoritas en la circulación de contenidos visuales. Cientos de millones de fotos circulan al día a través de estos espacios, y en parte ha sido posible gracias al desarrollo de teléfonos inteligentes con mayores facilidades para los amantes de la fotografía.
Mayor nitidez, mejor resolución y velocidad en los procesos de publicación de la imagen han sido los tres elementos claves a los cuales apuntan las cámaras del siglo XXI a diferencia de sus predecesoras.
Para Raquel Acevedo, profesora de fotografía de la Universidad San Francisco de Quito, en la actualidad se han producido más fotografías digitales que todas las analógicas del pasado. Y a pesar de que ella piensa sobre temas como la calidad de la imagen y la definición de quién realmente es el fotógrafo, una de sus preocupaciones en la era actual es cómo manejar el tema de la clasificación por archivos del material fotográfico existente. “¿Y qué tal si nos quedamos sin la memoria visual de este presente?”, es una de las interrogantes que ella se plantea.
Su pregunta no parece tan desatinada ni utópica como se creería.
A finales de enero de este año, Facebook e Instagram estuvieron fuera de servicio por aproximadamente dos horas. Este corto período fue suficiente para entender cuán vulnerable puede sentirse el usuario con respecto a sus contenidos fotográficos. No hubo forma, para nadie, de acceder durante esos minutos a la información de estas dos plataformas, por lo que se temió que grupos de piratas informáticos como Lizard Squad, responsable de los ataques a XBox Live y PlayStation en 2014, hubieran borrado íntegramente la información allí guardada.
Para el sociólogo y psicólogo Alberto Armendáriz, en la actualidad impera una necesidad entre las personas por hacer pública su existencia a través de la imagen. “Si revisamos las cuentas de Instagram más populares, estas tienen ‘selfies’ en los que se retratan momentos, muchos de ellos de lo más absurdos. Todos aspiran a ‘viralizar’ sus vidas”, señala. En ese sentido, la falta temporal de estos servicios de imagen, a su criterio, tiene un impacto directo en la psicología del consumidor ya que no puede percibir “ni su historia ni la de los demás”.
Según Sylvester Chiang, investigadora asociada de la Universidad de Queen (Canadá), 91 por ciento de los jóvenes prefiere realizar una foto con sus celulares o cámaras digitales, por lo que resulta indiscutible que la fotografía analógica quede como el objeto preciado de una minoría. Sin embargo, ella advierte sobre la divulgación de estos contenidos ya que para varios piratas informáticos resulta atractivo revisar las fotos que sube específicamente esta población ya que, por descuido o simple provocación, miles de menores de edad cargan fotos en que aparecen semidesnudos y que pueden ser utilizados en sitios pornográficos gracias a la postproducción digital.
Aparece otro tema preocupante en el mundo de la fotografía digital: las relaciones legales entre el usuario y las plataformas en las que carga sus contenidos.
Según explica el experto en TIC, Pablo Rocha, legalmente los derechos de autor de las imágenes suelen reposar en las manos de los dueños de los sitios web. En ese sentido, comenta, “la foto de tu boda o la de la graduación termina siendo de un tercero y no tuya. En la red nada te pertenece por completo”. Para él, la preservación de las imágenes más valiosas siempre será alejado de la red.