La agrupación se creó hace seis años, en la sala del maestro Luis Bravo. Hoy ya han grabado un disco. Foto: Cortesía de Savia Nota
Las luces se apagan y el presentador anuncia la actuación de Savia Nota, un ensamble integrado por niños y jóvenes de entre 10 y 15 años, con una propuesta musical peculiar. El público piensa que entonarán canciones infantiles o géneros modernos, pero los pequeños artistas los sorprenden con canciones originarias de los pueblos indígenas del Ecuador.
Los yumbos, sanjuanitos y danzantes de Cacha y Yaruquíes son los ritmos de su repertorio que resultan más atractivos. En el público nunca falta quien se anime a bailar, incluso si la actuación se presenta en un evento formal.
Es que estos ritmos indígenas son los más alegres y festivos, por eso en las comunidades de Chimborazo, Imbabura y Cayambe (Pichincha) se entonan durante las celebraciones populares andinas. “No es una coincidencia”, dice Luis Bravo, el director de la agrupación. Él escogió los ritmos más alegres y sencillos de aprender para motivar a sus alumnos e inculcarles el amor por lo propio.
“La música ecuatoriana tiene acordes complicados y letras difíciles de entender para los niños, por eso muchos de ellos prefieren la música importada los géneros pop y tropicales, antes que un pasillo o un pasacalle con un compás melancólico”, cuenta Bravo.
Él se dedicó durante tres años a investigar melodías indígenas y a seleccionar los ritmos y géneros que los niños pudieran comprender y entonar. Una de las dificultades de su proyecto la encontró en los instrumentos andinos de vientos, los orificios eran demasiado grandes y los niños no los podían tapar con sus dedos. Así que consiguió quenillas y pallas para reemplazar a quenas, zampoñas y pingullos. Estos instrumentos son versiones en miniatura que permiten a los pequeños manipularlos con facilidad.
La idea de formar un ensamble infantil surgió en el 2008, cuando se integró en Yaruquíes, una parroquia de Riobamba, el Jardín Cultural Yaruqueño. Bravo, quien es maestro de música en un colegio de la urbe, quiso aplicar los conocimientos que reciben los estudiantes secundarios en los niños y convirtió la sala de su casa en un salón de ensayos.Cuando los niños llegaron hace seis años tenían entre 7 y 9 años, hoy son adolescentes que aman la música tradicional.
Ariel Bravo, por ejemplo, lleva la mitad de su vida dedicado a la música. A sus 12 años, es un experto en teclados, percusión y quenillas. “Crecí escuchando esta música, me gusta porque es alegre y la gente siempre baila cuando tocamos. Los carnavales de Chimborazo son mis canciones preferidas”, cuenta.
La idea de que los niños investiguen y entonen música originaria llamó tanto la atención que incluso la Casa de la Cultura de Chimborazo patrocinó la publicación de un libro. Asimismo, el grupo grabó el disco ‘Matices de iniciación musical’, que también contó con el aval del Ministerio de Cultura y Patrimonio.
En ambos materiales se muestra la investigación realizada por Luis Bravo sobre las canciones de los pueblos indígenas de Imbabura y Chimborazo. Él también utilizó estos ritmos para escribir nuevas canciones infantiles. Las canciones hablan de la cotidianidad en los pueblos indígenas.