El Robot Games 2015 se realizó en el Centro de Arte Contemporáneo; tuvo 24 categorías. Foto: Julio Estrella/ EL COMERCIO
Lenguaje de programación, códigos, física, diseño, electromecánica… La construcción de un robot es más que la fabricación de un objeto funcional. En cada tornillo, en cada circuito, hay una serie de conocimientos que se entremezclan y hacen de esto una experiencia única. Es como la teoría aplicada a la vida, útil cuando se conduce eficazmente la información.
En la última edición del Robot Games Zero Latitud, organizada por la Asociación Ecuatoriana de Robótica y Automatización (AERA), se pudo apreciar cómo la robótica va más allá de la interconexión de algunos cables y la creación de una interfaz amigable con el usuario.
Este es un trabajo en equipo en el cual se invierten meses de trabajo; tiempo en el que, como lo dice Byron Valverde, de la AERA, “se transforma a la robótica haciéndola entretenida y extremadamente precisa”.
Justamente esta es la idea que toma fuerza en los últimos años en relación con la robótica en el país. Las jaulas dentro de las cuales compiten robots de distintos pesos y destrezas son tan solo los escenarios finales de procesos de largo aliento, en los que la creatividad se vuelve palpable.
Es hacia allá adonde apuntan proyectos como el de Miguel Sánchez, profesor de la Unidad Educativa del Milenio Réplica 24 de Mayo (sur de Quito) y uno de los coordinadores del Club de Robótica de la institución. Para él, quien durante su etapa universitaria concursó en batallas interprovinciales con autómatas, es necesario que dentro de la formación escolar primaria y secundaria se enseñe cómo diseñar artefactos similares a estos. De este modo se podría dar forma a una generación que pierda miedo al conocimiento técnico y que lo asuma como funcional dentro de sus proyectos de formación profesional.
De hecho, la experiencia de la construcción de un robot va más allá de la puesta en práctica de conocimientos. En el caso de los autómatas creados para batallas profesionales, dentro del ‘ring’ entran en juego la capacidad de liderazgo, la facilidad de elaborar estrategias y el uso casi instintivo de herramientas como destornilladores, martillos, sierras y demás.
“La verdad prefiero verlo como un pulpo tratando de arreglar su robot antes que mirarlo frente a un computador consumiendo solo juegos”, dice Mariana Chamorro, cuyo hijo fue uno de los 600 participantes de esta edición de la competencia.
Si bien las batallas, como se vio en el fin de semana pasada, atraen a cientos de personas en torno a una jaula con dos robots destrozándose uno al otro, para Valverde esta se ha vuelto la excusa para que la robótica salga de las universidad e ingrese a escuelas y colegios.
En efecto, la AERA tiene un programa de fomento de clubes de robótica que se encuentra funcionando en ciudades del país con el objetivo de, además de construir robots de batalla, diseñar autómatas para cumplir otras actividades además del combate. De su experiencia él observa que los estudiantes involucrados asumen que la diversión no es desarrollar un artefacto sino construir algo práctico.